¡Hola, trotamundos! Si alguna vez te encuentras en Ámsterdam y buscas un lugar que te hable al alma, más allá de los canales y las casas torcidas, tienes que conocer el Homomonumento. No es solo un conjunto de piedras, es un latido de la ciudad.
Imagina que caminas por las calles adoquinadas de Ámsterdam, el aire fresco te acaricia la cara y, de repente, el bullicio de los turistas se suaviza. Llegas a Westermarkt, cerca de la imponente Westerkerk, y sientes que el espacio se abre ante ti. Un silencio respetuoso te envuelve, roto solo por el suave murmullo del agua del canal cercano. Este es el Homomonumento, un lugar que te invita a detenerte, a sentir. No hay prisa aquí. Mi consejo es que te acerques desde la calle, dejando que la amplitud del lugar te prepare para lo que está por venir.
El primer triángulo que encuentras es una plataforma elevada de granito rosa, lisa y fría al tacto. Cuando la pisas, sientes la solidez de la tierra bajo tus pies, una base firme. Es un espacio abierto donde la gente se reúne, deja flores o simplemente se para en silencio, mirando hacia el canal. Puedes imaginar cómo el viento juega con las hojas de los árboles cercanos, trayendo consigo el aroma húmedo del agua y, a veces, el tenue olor a pan recién horneado de alguna panadería cercana. Aquí, la historia no está guardada en un museo, sino que se respira en el aire, se siente en la piel. Es el punto de partida para entender su mensaje.
Luego, si sigues el camino imaginario, tu atención se dirige hacia el agua. Allí, un segundo triángulo emerge directamente del canal, casi como si la memoria brotara de las profundidades. Escuchas el suave chapoteo del agua contra la piedra, un sonido constante que te conecta con el fluir del tiempo. Sientes la humedad en el aire que sube del canal, un recordatorio de que la vida sigue, pero que el pasado permanece. No es solo una escultura; es un ancla visual y emocional que une el monumento con el pulso vital de la ciudad, un recordatorio de que estas historias no son solo del pasado, sino que están vivas y presentes.
Finalmente, el tercer triángulo es el más íntimo y, para mí, el más conmovedor. Son unos escalones que descienden suavemente hacia la orilla del canal, formando una especie de pequeño anfiteatro. Cuando bajas, sientes un cambio en la temperatura, un poco más fresca y serena cerca del agua. Puedes sentarte en estos escalones de piedra lisa y escuchar el murmullo de las conversaciones lejanas, el canto de los pájaros o, a veces, solo el latido de tu propio corazón. Aquí, grabado en el granito, está la frase: "Naar vriendschap zulk een mateloos verlangen" (Tal anhelo inconmensurable de amistad). Es el lugar donde te invito a quedarte, a sentir la quietud, a reflexionar. Es el cierre perfecto para tu visita, un lugar para procesar lo que has sentido y llevarte un pedacito de su mensaje contigo. No te saltes este momento de conexión profunda.
Si vas, te sugiero que lo hagas a primera hora de la mañana o al atardecer, cuando la luz es más suave y hay menos gente. No necesitas mucho tiempo, solo el suficiente para permitirte sentir. Y si buscas un consejo práctico, está a solo unos pasos de la Casa de Ana Frank, así que puedes combinar la visita y entender aún mejor el contexto de resistencia y memoria. Pero recuerda, la clave no es verlo, sino sentirlo.
Un abrazo desde el camino,
Olya de los callejones