¡Hola, trotamundos! Acabo de volver del Museo Numismático de Atenas y tengo que contarte todo, como si estuviéramos tomando un café.
Imagina esto: dejas atrás el bullicio caótico de la ciudad, el claxon de los coches, el olor a gasolina mezclado con el de los souvlakis. De repente, tus pies sienten un cambio en el pavimento, y una brisa más fresca te envuelve. Has llegado a un edificio que respira historia, la mansión del arqueólogo Schliemann, con su imponente fachada neoclásica. Escuchas el eco de tus propios pasos en los pasillos de mármol pulido, un sonido que te transporta a otra época. El aire es denso, cargado con el aroma tenue a piedra antigua y quizás, si te concentras, un ligero olor metálico que parece emanar de las paredes mismas, como si los siglos hubieran dejado su huella en el ambiente. Sientes la majestuosidad del lugar, el silencio casi reverente que te invita a bajar el ritmo y abrir todos tus sentidos.
Una vez dentro, te encuentras rodeado de la historia silenciosa de las monedas. No las ves, pero las *sientes*. Imagina miles de años de comercio, de poder, de vidas, concentrados en pequeños discos de metal. Puedes casi escuchar el tintineo de las piezas en el mercado, el peso de un denario en la mano de un legionario romano, la textura desgastada de un dracma griego que pasó por incontables manos. Las salas están dispuestas de manera que el sonido se absorbe, creando una atmósfera de concentración, casi de meditación. A veces, sientes la vibración de una vitrina al pasar tu mano cerca, una conexión tangible con esos objetos que guardan tantos secretos. Es como si cada moneda susurrara una historia antigua, desde los primeros trozos de metal hasta las intrincadas obras de arte que representan imperios enteros.
Ahora, seamos honestos, no todo fue perfecto. Para alguien como tú, que se guía por otros sentidos, puede que la experiencia no sea tan táctil como te gustaría. La mayoría de las monedas están, comprensiblemente, detrás de cristales. Esto significa que no hay muchas oportunidades para tocar reproducciones o modelos en relieve que te ayuden a sentir los detalles. Las descripciones, aunque completas, están escritas y no siempre hay audioguías detalladas o personal disponible para ofrecer descripciones verbales más ricas. A veces, sentí que me faltaba esa capa extra de inmersión para entender la forma, el tamaño, el peso exacto de esas piezas históricas sin poder tocarlas. Es un museo muy visual, y eso puede ser una barrera.
Pero hubo una sorpresa que me encantó, algo que realmente no esperaba. Después de recorrer las salas, llegas a un patio interior. Y ¡wow! Es un jardín secreto, un oasis de calma en medio de la ciudad. El aroma a jazmín y naranjos en flor te envuelve, el sonido del agua de una fuente te arrulla, y sientes la calidez del sol filtrándose entre los árboles. Hay una cafetería allí, y el olor a café recién hecho y a dulces griegos te invita a sentarte. Es el contraste perfecto: pasar de la solemnidad y el silencio de las monedas a la vida y la frescura de este jardín. Es un respiro, un momento para procesar todo lo que has "sentido" dentro del museo, y es completamente accesible y disfrutable con todos los sentidos.
Si decides ir, te aconsejo ir temprano por la mañana, justo cuando abren, para evitar las multitudes y poder disfrutar del silencio. El museo está muy céntrico, puedes llegar fácilmente en metro (la estación más cercana es Panepistimio, y está a solo unos pasos). La entrada no es cara, y si tienes alguna tarjeta de descuento para museos en Grecia, podría aplicarse. Si vas con alguien, pídele que te describa los relieves de las monedas, las formas, los tamaños; eso te ayudará a "verlas" con tu imaginación. Y no te olvides de pasar tiempo en el jardín, es el verdadero tesoro escondido del lugar.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets