¡Hola, trotamundos! Si me preguntas por el Museo Benaki en Atenas, no te voy a dar una lista de salas, sino una experiencia. Imagina que el sol ateniense te ha estado abrazando todo el día, y de repente, cruzas un umbral. Sientes cómo el aire dentro es más fresco, más silencioso, como si el tiempo mismo se ralentizara para darte la bienvenida. Hay un aroma sutil a piedra antigua y a madera pulida, un eco lejano de pasos que te invita a adentrarte. Es un respiro, un portal.
Cuando entres, te guiaría directamente a las salas de la Antigua Grecia y Roma en la planta baja. No te apresures. Desliza la mano (metafóricamente, claro, ¡no toques las piezas!) sobre el aire que rodea las esculturas de mármol, siente la frialdad imaginaria de la piedra, la suavidad de las curvas, la fuerza de las líneas. Escucha el silencio que rodea los objetos, un silencio cargado de miles de años de historias. Puedes casi percibir el peso de un casco de bronce o la delicadeza de una joya de oro. Estos objetos no son solo arte; son susurros de una civilización que sentó las bases de nuestro mundo.
Luego, sube a la primera planta, donde te espera el mundo bizantino y posbizantino. Aquí, los colores se profundizan. Cierra los ojos por un segundo e imagina el brillo del oro en los iconos, la riqueza de los pigmentos. Siente la devoción que emana de cada pieza, como si el mismo aire estuviera impregnado de oraciones. Los mosaicos, las telas litúrgicas… son una explosión de texturas visuales. Podrías casi oler el incienso quemado en antiguos templos, sentir la luz tenue que se filtra por las ventanas altas de una iglesia milenaria.
Continúa hacia la segunda planta, a las secciones otomanas y de la Guerra de Independencia griega. Aquí el ambiente cambia, se vuelve más vibrante, más humano. Verás textiles con bordados tan intrincados que querrás tocarlos para sentir el hilo bajo tus dedos, armas que te hacen imaginar el clinc clinc de las batallas, y trajes que te hablan de la vida cotidiana y la resistencia. Es una explosión de color y detalle. No te detengas en cada vitrina, busca las historias: el pliegue de un vestido que bailó en una fiesta, el patrón de un alfombra donde se vivieron vidas enteras.
Y para el gran final, quédate en la segunda planta y déjate envolver por la sección de trajes tradicionales y arte popular. Es el momento "¡wow!". Aquí, la historia se vuelve viva, casi palpable. Los colores son tan intensos, los bordados tan detallados, que casi puedes escuchar la música de un festival, el murmullo de las risas y los cantos. Cada traje es una obra de arte, una explosión de la identidad griega. Siente la energía, la alegría y el espíritu indomable que irradian estas piezas. Es el corazón latente de Grecia, una despedida que te deja con una sonrisa.
En cuanto a la ruta, es sencillo: empieza por abajo (Antigua Grecia), sube al primer piso (Bizantino), y luego al segundo (Otomano, Independencia y trajes). Si no eres un fanático de la prehistoria, puedes pasar un poco más rápido por las primeras salas del Benaki, o si el tiempo apremia, quizás no te detengas en cada documento histórico de las plantas superiores. El objetivo no es leer cada cartel, sino sentir el viaje a través del tiempo. Y un consejo de amiga: al salir, hay una cafetería en la planta baja donde puedes sentarte, tomar un café griego y dejar que todas esas sensaciones se asienten.
Olya from the backstreets