¡Hola, explorador! Si vienes a Berlín, hay un gigante que te llama desde el cielo: la Torre de Televisión (Berliner Fernsehturm). No es solo un edificio, es un punto cardinal, una brújula personal en esta ciudad que siempre te sorprende.
Imagina esto: acabas de salir de la estación de Alexanderplatz. Al principio, es el bullicio de la gente, el ritmo de los pasos, el murmullo de mil conversaciones. Pero luego, levantas la vista. O más bien, la sientes. Como una aguja gigantesca que perfora el cielo, sientes su presencia imponente, una mole de metal y hormigón que te atrae. Es un ancla visual que te persigue por toda la ciudad, pero aquí, a sus pies, te das cuenta de su verdadera escala. Empiezas a caminar hacia ella, y cada paso te hace sentir más pequeño, más insignificante, pero a la vez, más parte de algo grande.
Acercarse a la base es como entrar en otro mundo. El sonido de la ciudad se amortigua un poco, reemplazado por un zumbido bajo, casi imperceptible, que parece emanar de la propia estructura. Sientes el aire moverse ligeramente alrededor de sus cimientos. Mi primer consejo, y el más crucial si no quieres que la experiencia se agrie antes de empezar: reserva tus entradas online y con antelación. Esto te ahorrará una cola que puede ser interminable, y créeme, no querrás sentir el calor del sol o el frío del viento esperando. Una vez dentro, la sensación cambia. El espacio se vuelve más contenido, y sientes la anticipación de lo que está por venir.
El ascenso en el ascensor es una experiencia en sí misma. Es rápido, ¡muy rápido! Puedes sentir una ligera presión en tus oídos, como cuando un avión despega, pero la sensación de subir es casi imperceptible, suave como un suspiro. Te das cuenta de que te estás elevando no por el movimiento, sino por la forma en que la luz de la cabina cambia, o el ligero zumbido del mecanismo que te impulsa hacia arriba. Es un viaje de unos pocos segundos que te lleva de la tierra al cielo, y la emoción es palpable, un cosquilleo en el estómago que te dice que algo grande está a punto de revelarse.
Una vez arriba, en la plataforma de observación, la sensación es de inmensidad. Puedes percibir el viento, incluso a través del cristal, como una presión constante que te recuerda la altura. Y el sonido... es un murmullo distante de la ciudad, un coro de cláxones y sirenas que parecen lejanos, casi oníricos. Imagina cómo se extiende la ciudad bajo tus pies, una manta de edificios y calles que se extienden hasta el horizonte. Puedes sentir la vastedad del espacio, la forma en que el aire se siente diferente, más ligero, más libre. Intenta cerrar los ojos por un momento y simplemente sentir la vibración de la torre, el pulso de Berlín. Desde aquí, puedes "dibujar" en tu mente la Puerta de Brandeburgo, la Isla de los Museos, el Reichstag, como puntos clave en un mapa gigante que se extiende bajo ti.
Ahora, ¿qué guardar para el final o qué saltar? Si buscas una experiencia completa y no te importa el presupuesto, guarda el restaurante giratorio para el final. Es una sensación única: mientras disfrutas de algo de comer o beber, te mueves tan lentamente que apenas lo notas, pero el paisaje exterior va cambiando constantemente. Es como si la ciudad girara para ti. Puedes sentir el suave movimiento, un deslizamiento constante que te permite ver cada rincón de Berlín sin moverte de tu asiento. Es el broche de oro para una visita, una forma de prolongar la magia de estar en las alturas. Si el tiempo o el dinero aprietan, puedes saltártelo sin problema, la plataforma de observación ya es una experiencia increíble por sí misma.
El descenso es igual de rápido que la subida, un viaje suave de regreso a la realidad. Cuando tus pies tocan de nuevo el suelo firme de Alexanderplatz, la ciudad se siente diferente. Los sonidos son más nítidos, los olores (quizás a currywurst de algún puesto cercano, ¡no te lo pierdas!) más intensos. La torre, que antes solo sentías como una presencia, ahora la ves con una nueva perspectiva, con la conciencia de haber estado dentro, de haberla sentido. Te das la vuelta y miras hacia arriba una última vez, y ya no es solo una torre; es un recuerdo, una sensación, una parte de tu propia historia con Berlín.
Ana de la Ruta