¡Imagínate esto! Estás en Múnich, y te digo: "Vamos a un sitio que te va a volar la cabeza, pero no de la forma ruidosa que esperas. Es el Palacio Nymphenburg, un lugar que respira historia y te envuelve con su calma." No es solo un palacio; es un universo sensorial. Para mí, la mejor forma de empezar es directamente por el corazón del palacio principal. Entramos juntos por la entrada principal, la que te lleva al imponente Salón de Piedra (Steinerner Saal). Cierra los ojos por un segundo y siente el eco de tus pasos. Imagina la luz que entra por esos ventanales gigantes, una luz dorada que acaricia las paredes. No hay alfombras; sientes la frescura del mármol bajo tus pies, y el silencio es tan denso que casi puedes tocarlo, solo roto por el suave murmullo de otros visitantes o el lejano sonido de la fuente exterior. Es grandioso, sí, pero sin ser abrumador. Es el primer abrazo de Nymphenburg. Para las entradas, te recomiendo pillar el "Kombiticket Nymphenburg" si tienes pensado ver los pabellones del parque y el museo de carruajes; te ahorras un dinerillo y es más práctico.
Desde el Salón de Piedra, nos movemos por las galerías laterales. Aquí es donde el palacio empieza a susurrarte sus secretos. Las salas se vuelven un poco más íntimas, y puedes sentir cómo la temperatura cambia ligeramente, quizás un poco más cálida, un poco más acogedora. La joya de la corona aquí es la Galería de la Belleza (Schönheitengalerie). No es solo ver retratos; es sentir la presencia de estas mujeres de otra época. Imagina el roce de sus vestidos, el aroma de sus perfumes, el susurro de sus conversaciones. Puedes casi tocar la seda de sus atuendos en tu mente, o sentir la suavidad de sus pieles retratadas. Cada cuadro tiene una historia, y el silencio de la sala te invita a escucharla. No te agobies intentando ver cada rincón del palacio principal si el tiempo aprieta; concéntrate en estas salas clave para empaparte de su esencia antes de pasar a la siguiente parte.
Una vez que hemos absorbido la magnificencia y la intimidad del palacio, es hora de salir al aire libre. Atravesamos la parte trasera del palacio, y de repente, el mundo se abre ante ti. El parque de Nymphenburg es inmenso, y la primera cosa que te golpea es la escala. Sientes la brisa en la cara, el sol en la piel (si el día acompaña) y el olor a hierba recién cortada, a tierra húmeda y, a lo lejos, el frescor del agua. El sonido más prominente es el de la gran fuente central, un murmullo constante que te acompaña. Caminamos por el sendero principal, que te lleva directamente hacia el gran canal. Tómate un momento aquí, siente la inmensidad del espacio, la simetría de los jardines. Es el respiro perfecto después de la densidad del palacio. Aquí es donde de verdad entiendes por qué este lugar era un refugio para la realeza; es un escape total.
Ahora nos adentramos en el parque de verdad, siguiendo los senderos que se bifurcan. No es solo un jardín; es un bosque con sorpresas escondidas. Nuestra primera parada es el Pagodenburg. Mientras caminas hacia él, el ambiente cambia. Los árboles se hacen más densos, el camino más íntimo. Al llegar, siente la frescura de su exterior, la delicadeza de su estructura. Por dentro, es como entrar en otro mundo. Imagina el olor a té exótico, la textura de la seda china en las paredes (aunque hoy no la toques, tu mente sí puede). Cada detalle es una caricia para la imaginación: los colores, las formas. Es un capricho. Justo después, nos dirigimos al Badenburg, un poco más allá. Aquí, la sensación es de agua, de frescor. Imagina el chapoteo de los baños, el aroma del vapor, la sensación de estar en un spa real de siglos pasados. Puedes casi escuchar las risas y los chapuzones de la corte.
Después de esas dos joyitas, nos dirigimos hacia la Amalienburg, mi favorita de los pabellones del parque. Este es un "must-see", no te lo saltes por nada del mundo. A medida que te acercas, sientes la elegancia que emana. Por dentro, el contraste es asombroso. El olor es sutil, quizás a madera antigua y cera. Pero lo que realmente te envuelve es la luz y la textura: el brillo plateado de las decoraciones, la suavidad de los espejos que multiplican la luz. Imagina el roce de un encaje, el brillo de una joya, el eco de una carcajada juguetona. Es un lugar construido para el placer, la caza y las fiestas, y esa energía se siente en el aire. Es exquisito, coqueto y te hace sentir como si hubieras tropezado con un secreto bien guardado. Dedícale un buen rato; es el climax de los pabellones.
Para terminar nuestro recorrido por los pabellones, nos dirigimos a la Magdalenenklause. Este es un contraste total con la Amalienburg. Aquí, el ambiente es de retiro, de introspección. Siente la frialdad de la piedra, el olor a tierra húmeda y a musgo. Imagina el silencio que envuelve este lugar, solo roto por el canto de los pájaros o el susurro del viento entre los árboles. Es como una ermita construida para la meditación, un lugar para desconectar del bullicio. La luz es tenue, creando sombras que dan una sensación de misterio y paz. Es un cierre perfecto para la parte de los pabellones, dejándote con una sensación de calma y reflexión.
Finalmente, y para cerrar con broche de oro, te recomiendo dejar para el final el Marstallmuseum (Museo de Carruajes y Trineos). Está situado en una de las antiguas caballerizas, muy cerca de la entrada principal del palacio, así que es práctico para salir. Aquí, el ambiente es de magnificencia y tamaño. Siente la escala de los carruajes, la solidez de la madera, el brillo del metal. Imagina el traqueteo de las ruedas sobre el adoquinado, el olor a cuero y a caballos, el sonido de los cascos. No es solo ver vehículos; es sentir la historia del transporte real, la pompa y el lujo de los viajes de antaño. Es fascinante ver la evolución y la artesanía. Te tomará aproximadamente una hora, hora y media. Después de todo esto, probablemente te apetezca algo de beber; hay algunas cafeterías cerca de la entrada principal del palacio. Lo mejor es ir por la mañana, cuando no hay tanta gente, y lleva calzado cómodo, porque vas a caminar, ¡y mucho!
¡Un abrazo desde la carretera!
Léa de camino