¡Ay, Múnich! Y el Hofbräuhaus... Mira, si solo pudieras sentirlo con el cuerpo, te diría que te prepares.
Imagina que estás a punto de entrar. Antes de cruzar el umbral, ya te envuelve una ola de sonido: un murmullo profundo, constante, como el rugido de un mar de conversaciones que se mezcla con el tintineo de miles de jarras. Es el corazón de Baviera latiendo fuerte. Al dar el primer paso, el aire se vuelve denso, cálido, y el olor te golpea: una mezcla embriagadora de malta y lúpulo, sí, pero también ese aroma inconfundible a carne asada, a pan recién horneado y a madera vieja y pulida. Notas la vibración del suelo bajo tus pies; el lugar está vivo.
Caminas unos pasos más y la escala te abruma. Estás en la *Schwemme*, la sala principal, y es enorme. Sientes el calor de la multitud, sus risas que rebotan en los techos abovedados. Tus manos casi pueden tocar la energía del lugar. Escuchas la banda de oompah, el ritmo de los instrumentos de viento y el bajo que te llega hasta el pecho, invitándote a levantar tu propia jarra. Si extiendes la mano, casi podrías sentir la textura de los gruesos tablones de madera de las mesas, desgastados por siglos de codos y jarras, y el eco de las historias que guardan. Es una experiencia total, de piel, de alma.
Si fueras mi amigo, te diría que la clave es no dudar. Al entrar en la *Schwemme*, la sala principal, no esperes a que te sienten. Esto no es un restaurante tradicional. Tu misión es buscar un hueco libre en cualquiera de las largas mesas de madera. No hay mesas individuales, todo es para compartir, así que si ves un par de asientos vacíos junto a unos locales, ¡adelante! Esa es la forma más auténtica de empezar. No te preocupes por el idioma, una sonrisa y señalar la jarra de litro (*Maß*) es suficiente para el camarero.
Lo que te diría que saltes al principio es la tienda de souvenirs. Está ahí, sí, pero el verdadero Hofbräuhaus no está en una camiseta. Primero, empápate del ambiente, la música, la gente. Tampoco te obsesiones con encontrar una mesa "perfecta" o tranquila; aquí la tranquilidad no existe, y eso es parte del encanto. No pierdas tiempo intentando pedir en la barra; los camareros, con sus bandejas cargadas de jarras, te encontrarán. Simplemente levanta la mano.
Para el final, te guardaría dos cosas. Primero, después de disfrutar de la *Maß* y quizás de un *Schweinshaxe* (codillo de cerdo) o una *Weisswurst* (salchicha blanca) con su pretzel gigante, te diría que explores los pisos superiores. El *Bräustüberl* es un restaurante más clásico, con un ambiente un poco más tranquilo si necesitas un respiro, pero sigue siendo auténtico. Y luego está el *Festsaal*, la sala de fiestas, que es espectacular, con su techo pintado y un escenario. A menudo hay eventos o bandas más grandes allí. Es una vista diferente del mismo corazón bávaro. Y lo último: antes de irte, tómate un momento para simplemente observar. La gente, la historia en cada rincón, el eco de siglos de tradición. Es un lugar que te habla, si sabes escuchar.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets