Acabo de volver de la Maison de Victor Hugo en París y, mira, tengo que contarte. Imagina que dejas el bullicio de la Place des Vosges, con su murmullo constante de risas lejanas y el suave roce del viento entre los árboles, y pones un pie dentro de ese edificio antiguo. Es como si el aire cambiara de golpe. De repente, sientes una quietud densa, casi tangible, que te envuelve. El olor a madera vieja, a libros y a ese polvo que solo se acumula con siglos de historia, te llena las fosas nasales. Es un aroma cálido, acogedor, pero con un toque de melancolía. Caminas y el suelo cruje suavemente bajo tus pies, un sonido que te dice que no eres el primero en pisar esas tablas, que miles de historias han pasado por ahí antes que tú.
A medida que avanzas, la casa te va revelando su alma. En el salón de la planta baja, por ejemplo, sientes el espacio amplio, la luz que entra por los ventanales y que, aunque no la veas, notas cómo calienta el aire en tu piel. Luego, subes las escaleras y tus dedos rozan el pasamanos pulido, frío por el uso de incontables manos. Arriba, en su dormitorio, la habitación se siente más íntima, más personal. Puedes casi oír el rasgueo de su pluma, o el suspiro de sus pensamientos. Y lo que de verdad me sorprendió fue su faceta de decorador. El salón chino, por ejemplo, es una explosión de texturas y formas que te envuelve. No solo lo ves, lo sientes: la suavidad de la seda, la complejidad de los tallados, el eco diferente que produce al entrar en él, como si el aire mismo fuera más denso y exótico.
Pero, ¿sabes qué? Aunque la experiencia es muy inmersiva, hubo algo que no me terminó de convencer del todo. A veces, la casa se siente un poco vacía. Es decir, hay objetos, claro, y la atmósfera está ahí, pero en algunas salas, después de la riqueza sensorial de otras, me faltó algo más. Quizás esperaba sentir más 'presencia' suya, o que hubiera más detalles que te conectaran directamente con su día a día más allá de lo puramente decorativo. Es como si la historia estuviera susurrando, pero no siempre te hablara directamente al oído. No es un gran problema, pero sí que me dejó con una pequeña sensación de que podría haber sido aún más potente.
Un par de cosas prácticas si vas. Primero, el mejor momento para ir es a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última hora de la tarde. Así evitas la aglomeración y puedes sentir la casa con más calma, con menos murmullos ajenos. La entrada a la colección permanente es gratuita, lo cual es genial, pero si hay exposiciones temporales, esas sí que tienen coste. La casa está en la Place des Vosges, que ya de por sí es un sitio precioso para pasear, así que planifica un poco de tiempo para eso también. En cuanto a accesibilidad, las escaleras son un factor importante, tenlo en cuenta. El personal es amable y dispuesto a ayudar, pero es una casa antigua y eso implica limitaciones. Prevé una hora, hora y media máximo, para verla con tranquilidad.
Al final del día, te vas con la sensación de haber visitado no solo una casa, sino un pedazo de la mente de un genio. Es un lugar que te invita a imaginar, a sentir la historia a través de los objetos y los espacios. Si te gusta la literatura, la historia o simplemente quieres sumergirte en una atmósfera única, te la recomiendo muchísimo. Es una experiencia que te acompaña mucho después de haber salido, como si el eco de esas viejas maderas se quedara contigo.
Olya de las callejuelas