Imagina que entras en un túnel oscuro, el aire es fresco y ligeramente húmedo, como si acabaras de bajar a un sótano antiguo. Escuchas un zumbido bajo, una anticipación vibrando en el suelo bajo tus pies. De repente, una voz empieza a contarte una historia, no solo con palabras, sino con el ambiente que te rodea. Sientes una brisa suave que te acaricia la cara, y el olor a tierra mojada o quizás a algo más antiguo, algo que no sabes identificar, pero que te transporta. Es una sensación de estar en el umbral de algo grande, como si el tiempo mismo se fuera a plegar a tu alrededor.
De un momento a otro, el espacio se transforma. El aire se vuelve denso y frío, casi puedes oler la humedad y algo rancio, el eco de siglos pasados. Escuchas toses lejanas, el arrastrar de pies, y una campana que suena con un tintineo lúgubre que te eriza la piel. No necesitas ver para sentir el peso de la peste negra sobre la ciudad, la desesperación que impregna el ambiente. Notas el suelo ligeramente irregular bajo tus zapatos, como si estuvieras pisando adoquines viejos, y el frío asciende por tus piernas. Es una inmersión completa, una sensación de estar allí, en medio de la historia, sintiendo el escalofrío que debieron sentir ellos.
Mira, para que no te pille de sorpresa: está en Michaelerplatz, súper céntrico, así que llegar es fácil. Dura unos 50 minutos y los pases se agotan, sobre todo los fines de semana. Reserva online sí o sí, te ahorras la cola y el disgusto. Tienen auriculares con los idiomas principales, así que no te preocupes si tu alemán no es top. Es una experiencia continua, te van guiando por salas, no es de las que puedes ir a tu aire.
Luego, de un salto, estás en el esplendor de la corte imperial. El aire se vuelve más cálido, más dulce, casi puedes oler perfumes y cera pulida. Escuchas la música de un vals que te envuelve, el murmullo de voces elegantes, y sientes el lujo en cada vibración del suelo. Pero lo que te sacude de verdad es cuando el suelo vibra con fuerza, las luces parpadean caóticamente, y el sonido de sirenas y explosiones te envuelve, haciéndote sentir encerrado en un búnker de la Segunda Guerra Mundial. La oscuridad se vuelve palpable, el miedo es casi un sabor en la boca, y sientes la urgencia, la prisa, la claustrofobia de esos momentos. Es un contraste brutal que te deja sin aliento.
Ahora, siendo honesta, a veces te sientes un poco empujado de una escena a otra. Si eres de los que les gusta masticar la historia, investigar a fondo, puede que te sepa a poco, es más una pincelada general que un estudio profundo. Y si vas con niños muy pequeños, puede que algunas escenas les asusten un poco, especialmente las de la guerra o la peste. No es un museo para ir despacio, es más una atracción de "sensaciones". La tienda de souvenirs al final es totalmente prescindible, a menos que quieras el imán de turno.
A pesar de todo, sales con una sensación curiosa, una mezcla de asombro y de haber viajado de verdad. Es como si hubieras tocado la historia de Viena con las yemas de los dedos, una experiencia divertida y distinta. No es la forma más académica de aprender, pero sí una de las más vívidas. Si buscas algo diferente para entender la esencia de la ciudad, te lo recomiendo.
Olya de las callejuelas.