¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo de la mano a un lugar que te va a mover por dentro: la Abadía de Melk, en Austria. No pienses en un tour guiado, sino en una conversación entre amigos, donde te contaré cómo sentir este sitio con cada célula de tu cuerpo. Imagina que el tren te ha dejado en la estación de Melk y, casi sin darte cuenta, tus pies ya te están llevando cuesta arriba por un camino empedrado. Sientes el aire fresco del Danubio, el murmullo de la gente a tu alrededor y, poco a poco, una imponente silueta barroca empieza a dominar el cielo.
Cuando llegues a la entrada principal, notarás la magnitud de la fachada amarilla y blanca. Tómate un momento. Estás en un patio inmenso. El suelo es liso, pulido por siglos de pisadas, y el eco de tus propios pasos te envuelve. Aquí es donde compras las entradas, a mano derecha, en un espacio cubierto que te resguarda del sol o la lluvia. Es el punto de partida perfecto para orientarte antes de sumergirte.
Desde el patio principal, busca la gran Escalera Imperial. Siente cómo tus pies se elevan, escalón tras escalón, por una superficie lisa y fría, de piedra pulida. El aire cambia, se vuelve más denso, quizás con un ligero olor a madera antigua y cera. A cada paso, el eco de tus pisadas resuena con una solemnidad que te envuelve. Una vez arriba, el Corredor Imperial se extiende ante ti. Es largo y amplio, con la sensación de que las paredes respiran historia. No te apresures. Aquí hay algunas exposiciones, pero si no tienes mucho tiempo o la historia detallada no es tu principal interés, puedes pasar de largo las salas del museo más pequeñas y enfocarte en los puntos clave. La verdadera magia está por llegar.
Ahora, prepárate para la Sala de Mármol. Al entrar, sentirás un cambio en el aire, como si el espacio se abriera de golpe. Imagina la inmensidad de esta sala, con un techo que se eleva tan alto que casi puedes sentir su altura. El suelo es de mármol, liso y fresco bajo tus pies, y el eco de cualquier sonido se prolonga, creando una atmósfera majestuosa. Si te detienes y escuchas, quizás percibas el leve susurro de otros visitantes o el lejano sonido de la vida exterior, pero aquí dentro, el tiempo parece ralentizarse. Es un lugar para sentir la grandeza y la opulencia del barroco.
Después de la Sala de Mármol, asómate al balcón o terraza. Aquí, el aire se vuelve más fresco y el espacio se abre completamente. Siente el viento en tu cara y el sol (si el día lo permite) en tu piel. Escucha el susurro del Danubio a lo lejos y el canto de los pájaros. Desde aquí, la vista del valle es espectacular. Puedes intuir la inmensidad del paisaje, los campos verdes y el río serpenteando. Es un buen momento para una pequeña pausa, para respirar hondo y absorber la energía del lugar antes de la gran experiencia.
Y ahora, el plato fuerte, lo que debes guardar para casi el final: la Iglesia de la Abadía. Al cruzar el umbral, serás envuelto por una explosión de sensaciones. El aire es denso, con un leve olor a incienso y a antigüedad. El sonido de tus pasos se amortigua en la vasta nave. Imagina la riqueza de los dorados, la complejidad de las esculturas y los frescos que cubren cada superficie. No necesitas ver para sentir la opulencia y la devoción que emana de cada rincón. Puedes sentarte en uno de los bancos de madera y simplemente escuchar el silencio, o el murmullo reverente de otros visitantes. Es un lugar para la contemplación, para sentir la fuerza de la fe y el arte.
Después de la iglesia, dirígete a la Biblioteca. Aquí el ambiente cambia drásticamente. El aire es más fresco y tiene un inconfundible olor a papel viejo, a cuero y a conocimiento acumulado. El silencio es casi absoluto, roto solo por el suave roce de las páginas o el lejano eco de pasos. Imagina estanterías interminables repletas de volúmenes antiguos, cada uno con su propia historia. Es un espacio que invita a la quietud y a la reflexión, a sentir el peso del saber y la historia en tus propias manos, aunque solo sea en el aire.
Para terminar tu visita, sal al Pabellón de Jardín y los Jardines. Este es el cierre perfecto. El aire es fresco y huele a tierra húmeda, a flores y a hierba recién cortada. Escucha el zumbido de las abejas y el canto de los pájaros. Puedes caminar por los senderos de grava, sintiendo la textura bajo tus pies, o sentarte en un banco y simplemente dejar que la calma te envuelva. Si el tiempo es limitado, puedes saltarte el museo interior si no te apasiona la historia monástica detallada. Lo esencial es la Abadía en sí, la Iglesia, la Biblioteca, la Sala de Mármol y la experiencia de los jardines. La ruta es sencilla, siempre hacia adelante, ascendiendo, para luego descender en paz.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets