¡Hola, hola! Acabo de volver de la Fortaleza de San Juan, o Fort St. Ivana, en Dubrovnik, y tengo que contarte todo. Mira, imagina que caminas por el puerto antiguo, y de repente, a tu izquierda, sientes una mole de piedra que se alza, imponente. No es solo una pared, es como si la piedra misma respirara historias de mar y defensa. Al acercarte, el sonido del mar es constante, casi un latido, pero aquí, junto a los muros, se mezcla con el suave chirrido de los mástiles de los barcos anclados y el murmullo de la gente. Sientes el aire salado en la cara, y si extiendes la mano, la piedra antigua está fría y rugosa, te habla de siglos. Lo que más me sorprendió es que, aunque la ves desde fuera muchas veces, cuando estás *dentro*, la escala cambia. Te sientes pequeño, pero a la vez, parte de algo enorme y eterno.
Una vez dentro, la fortaleza te abraza. Lo primero que encuentras es el Museo Marítimo, y te digo, no es el típico museo aburrido. Aquí, aunque no lo veas, *sientes* el pasado. El suelo de madera antigua cruje suavemente bajo tus pasos, como si los barcos mismos hubieran dejado su huella. El olor es una mezcla de salitre, madera vieja y un toque a papel antiguo. Imagina las maquetas de barcos, sus velas tensas, los instrumentos de navegación... casi puedes escuchar el viento en sus aparejos. No es gigante, pero es denso en historia, te da una idea muy clara de por qué Dubrovnik es tan fuerte en el mar. Y justo después, el Acuario. Aquí el ambiente cambia por completo. La temperatura baja un poco, el sonido se amortigua, y lo que escuchas es un suave zumbido de los filtros y el burbujeo del agua. Es un espacio más íntimo, oscuro, donde sientes la presencia de la vida marina muy cerca. Puedes sentir la frescura del aire, el silencio del agua. No esperes un acuario enorme, es más bien una colección de la vida local del Adriático, pero te da una sensación de conexión con el mar que rodea la ciudad.
Luego, empiezas a ascender por las escaleras de piedra, gastadas por miles de pasos. Cada escalón te lleva un poco más arriba, y la sensación es de ir ganando perspectiva, no solo visual, sino de la historia. Cuando llegas a la parte superior, el viento te golpea suavemente, trayendo consigo el olor a mar abierto y el eco lejano de las gaviotas. Aquí arriba, la ciudad se despliega ante ti, y aunque no la veas, sientes su extensión: los tejados de terracota, el murmullo de la gente abajo, el azul infinito del Adriático. Es un lugar donde te sientes poderoso, como los antiguos guardianes de la ciudad. Lo que no me terminó de convencer es que, a pesar de su tamaño exterior, la fortaleza en sí no ofrece *tantos* rincones para explorar más allá del museo y el acuario. Es más un punto estratégico con vistas que un laberinto de pasadizos. Y sí, puede haber bastante gente, así que a veces la sensación de inmensidad se diluye un poco entre los murmullos de los turistas.
Ahora, lo práctico, que sé que te interesa. Para evitar las aglomeraciones y disfrutar de la tranquilidad, intenta ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última de la tarde, una hora antes de que cierren. Así tendrás más espacio para ti. Con una hora y media o dos, lo ves todo tranquilamente, incluyendo el museo y el acuario. Si tienes el Dubrovnik Pass, la entrada está incluida, lo cual es genial porque te ahorras un buen dinero. Lleva calzado cómodo, de verdad, porque aunque no es una caminata extenuante, hay escaleras y el suelo es irregular. Y sí, agua, siempre agua, sobre todo si vas en verano, que el sol pega fuerte. No hay opciones de comida o bebida dentro, así que ve preparado o planifica algo para después en el puerto.
¡Un abrazo fuerte!
Sofía en Movimiento