¡Hola, exploradores de sabores! Hoy nos zambullimos en el corazón culinario del sur de Chile.
Imaginen el aire, denso con la brisa salina y el humo dulce de las cocinerías cercanas. Los ojos se topan con montañas de mariscos recién llegados: erizos vibrantes, ostras perladas y cholgas dispuestas en montones iridiscentes, aún goteando agua de mar. El sonido es un coro de pregones cantados, el golpeteo rítmico de los cuchillos sobre las tablas de madera y el graznido distante de las gaviotas. Aquí, la vida marina se exhibe en su estado más puro, esperando ser transformada.
Adentrarse en las cocinerías de Angelmó es un asalto delicioso para los sentidos. El aroma a frito y ahumado se entrelaza con la promesa de guisos reconfortantes. El vapor escapa de ollas gigantes donde burbujean caldillos humeantes, mientras que el chisporroteo de las empanadas recién sumergidas en aceite caliente invita a la impaciencia. Mesas de madera rústica, a menudo compartidas, se llenan de platos rebosantes: pailas marinas, salmón a la plancha y, por supuesto, el icónico curanto al hoyo, cuyo proceso de cocción bajo tierra impregna el ambiente con un aroma terroso y ahumado inconfundible. La calidez del ambiente, el murmullo de las conversaciones y la vista del Canal de Tenglo completan la experiencia.
Recuerdo una tarde, pidiendo un simple caldillo de congrio. La señora que me lo sirvió, con manos curtidas por el trabajo, me contó cómo su abuela había cocinado en el mismo puesto, y cómo cada ingrediente del caldillo provenía directamente de los botes que veíamos atracar. No era solo una comida; era una historia viva, una conexión ininterrumpida con el mar y la tradición que Angelmó ha sabido conservar a través de generaciones de familias dedicadas a su oficio. Es ese hilo invisible de herencia y sustento lo que realmente le da alma a este lugar.
¡Hasta la próxima aventura, y que sus viajes estén siempre llenos de sabor!