¿Qué haces en Phi Phi? Pues mira, es una experiencia que te entra por todos los sentidos, desde el momento en que pones un pie en el ferry en Phuket.
Imagínate esto: subes a la cubierta, el sol ya calienta tu piel y el aire salado te llena los pulmones. Al principio, sientes el leve vaivén del barco, y el sonido de las olas rompiendo contra el casco es un arrullo constante. A medida que te alejas, el azul del agua se intensifica, y el viento empieza a soplar con más fuerza, despeinando tu pelo y llevando consigo ese inconfundible olor a mar abierto. Puedes cerrar los ojos y sentir la brisa en tu cara, el sol en tus párpados, y escuchar el graznido de las gaviotas mezclado con el murmullo de las conversaciones a tu alrededor. Es como si el mundo se expandiera, y cada golpe de ola te recordara que estás dejando atrás lo conocido para adentrarte en algo nuevo. Para llegar, lo más fácil es tomar un ferry desde el puerto de Rassada en Phuket; puedes comprar los billetes online o en cualquier agencia local, y suelen incluir el traslado desde tu hotel. El viaje dura unas dos horas.
Cuando te acercas a Tonsai Pier, el muelle principal de Phi Phi Don, el sonido cambia radicalmente. El motor del ferry se silencia, y de repente, te inunda el bullicio de los *longtail boats* –esas barcas de madera alargadas con motores ruidosos– que se agolpan en la orilla. El aire se vuelve más denso, cargado con el olor a diésel mezclado con el dulzor de las flores tropicales y el aroma especiado de la comida callejera. Sientes el calor húmedo apenas bajas del barco. No hay coches, así que tus pies son tu mejor transporte. La arena se pega a tus sandalias casi de inmediato, y a cada paso por las callejuelas estrechas, oyes el murmullo constante de la gente, el tintineo de los vasos de cristal, y la música lejana de algún bar. Para el alojamiento, no te compliques: hay opciones para todos los presupuestos, desde hostales hasta resorts. Simplemente camina un poco desde el muelle; muchos hoteles ofrecen servicio de recogida con carretillas para el equipaje, ya que, como te decía, no hay vehículos.
Durante el día, la isla te invita a explorar sus playas. Camina hacia Loh Dalum, por ejemplo. Sientes la arena fina y cálida bajo tus pies descalzos mientras el sol te calienta la espalda. El agua te envuelve con una frescura suave, y al zambullirte, puedes sentir cómo las pequeñas olas te acarician la piel. El sonido del mar aquí es más calmado, un suave vaivén que te invita a quedarte. Si buscas algo más activo, puedes subir al mirador. La caminata es un poco empinada, pero cada paso te acerca a una recompensa sensorial. Sudas, sí, pero al llegar arriba, la brisa te refresca al instante y el silencio, roto solo por el canto de algún pájaro, te permite escuchar tu propia respiración mientras contemplas el verde exuberante de la isla fundiéndose con el azul turquesa del mar. Lleva siempre protector solar, un sombrero, y mucha agua embotellada; el sol tailandés no perdona.
Al caer la noche, la isla se transforma. La arena de la playa se vuelve el escenario principal. El aire se llena con el aroma dulce de los cócteles y el olor ahumado de las barbacoas de marisco. Escuchas el ritmo de la música, que late en el aire y te hace vibrar hasta los huesos. De repente, el calor de las llamas te golpea la cara; son los espectáculos de fuego. Ves las chispas volar, sientes la energía de los malabaristas que juegan con el fuego, y el rugido de la multitud te envuelve. Puedes sentir la arena fría bajo tus pies mientras bailas, el calor de la gente a tu alrededor, y el sabor de una cerveza Chang bien fría en tu boca. La vida nocturna se concentra en la playa de Loh Dalum, así que no tendrás que caminar mucho.
Pero la verdadera magia de Phi Phi está en el agua, más allá de la isla principal. Al día siguiente, subes a una *longtail boat* para hacer un tour. El motor ruge, y el viento te golpea la cara mientras la barca salta sobre las olas. Sientes las salpicaduras de agua salada en tu piel, refrescantes y vigorizantes. Cuando llegas a una de las calas, te lanzas al agua. Imagina esto: el agua te abraza, fresca y clara. Te pones las gafas de snorkel, y de repente, el mundo se silencia, salvo por el sonido de tu propia respiración. Puedes sentir el sol calentando tu espalda mientras flotas, y el suave roce de los peces de colores que pasan nadando a tu lado. Si extiendes la mano, casi podrías tocarlos. El agua es tan cálida y transparente que puedes ver el fondo de arena y los corales. Muchos tours incluyen paradas en Maya Bay (ahora solo se puede admirar desde la distancia para proteger el ecosistema), Bamboo Island y Monkey Beach. Asegúrate de llevar tu propia toalla, snorkel si eres muy quisquilloso, y snacks.
La comida en Phi Phi es una explosión para el paladar. Pasea por las calles por la tarde, y el aire se llena con el aroma del curry, el jengibre y la citronela. Puedes sentir el calor que emana de los woks mientras los cocineros saltean los fideos con maestría. Prueba un *pad thai*: el sabor agridulce, la textura de los cacahuetes crujientes, el toque del cilantro fresco... es una sinfonía en tu boca. O el pescado fresco a la parrilla, con ese olor ahumado y el sabor jugoso que se deshace. El mango sticky rice, dulce y cremoso, es el final perfecto. No dudes en probar la comida callejera; es deliciosa, barata y una parte esencial de la experiencia. No te olvides de probar los batidos de frutas frescas, son un paraíso tropical en cada sorbo.
Cuando llega el momento de irte, al subir de nuevo al ferry, sientes la nostalgia. El sol aún te calienta la piel, y el olor a sal se ha impregnado en tu ropa. Escuchas el motor del barco y el sonido de las olas, pero esta vez, es una melodía de despedida. Te llevas contigo la sensación de la arena en tus pies, la sal en tus labios, el calor del sol en tu piel y el ritmo de la música en tu memoria.
¡Hasta la próxima aventura!
Léa from the road