¡Hola, trotamundos!
Imagina el río San Lorenzo en Montreal. No solo lo veas, siéntelo. Te envuelve una brisa fresca y húmeda que trae el olor salado del agua mezclado con el dulce aroma de los árboles cercanos y, a veces, un toque de poutine del puesto de al lado. Caminas y escuchas el suave chapoteo del agua contra los muelles, un ritmo constante que te acompaña. A veces, el grito de una gaviota rompe el silencio. Sientes el sol en tu piel, o quizás la suave llovizna que empapa el aire, y bajo tus pies, la textura cambiante del camino: el asfalto liso, luego los adoquines irregulares, pulidos por el tiempo y las pisadas de miles de personas. Es un lugar que te abraza, lleno de vida y de historia, pero como todo lugar con tanta personalidad, tiene sus pequeños secretos para los que hay que estar preparado.
Y mientras sigues ese camino, notando cada pequeña diferencia bajo tus pies, ten en cuenta que el encanto de los adoquines antiguos y las pasarelas ribereñas viene con una advertencia. Imagina que el sol se ha escondido un poco, o que ha llovido hace poco. De repente, sientes la superficie fría y resbaladiza bajo tus zapatillas. No es una caída dramática, pero sí un pequeño resbalón que te hace dar un paso en falso, te saca un pequeño "¡Uff!" y te recuerda que la humedad en estas superficies de piedra o madera puede ser traicionera. La sensación es como la de pisar hielo, pero sin verlo. Por eso, mi consejo de amiga: usa calzado con buena suela, que agarre bien, y no te confíes. Especialmente cerca del agua o después de un chaparrón, mira siempre dónde pisas, sin perder de vista la belleza que te rodea, claro.
Continúa tu paseo por el borde del río, y aunque el camino parece llano, tus pies te contarán otra historia. Sentirás cómo la superficie cambia sutilmente, subiendo y bajando, o cómo un adoquín se hunde un poco más de lo esperado, creando un pequeño desnivel que no esperabas. A veces, hay escalones de piedra que no están perfectamente uniformes o pequeñas raíces que levantan un poco el pavimento. No es para asustarte, es solo para que sepas que el terreno es vivo y cambiante. La clave aquí es la conciencia corporal: siente el suelo, no te apresures, y si hay barandillas, úsalas. Tu cuerpo te agradecerá que le des tiempo para adaptarse a cada paso.
Ahora, mientras disfrutas de la vista y la brisa, una pequeña nota sobre las interacciones humanas. A veces, la amabilidad extra en la calle puede esconder algo más. No es para desconfiar de todos, para nada, pero sí para estar un poco atento. Me refiero a esas situaciones donde alguien se te acerca de forma inusual, te ofrece algo "gratis" o te pide ayuda de una manera que te hace sentir incómodo. Tu instinto es tu mejor guía. Si algo no te cuadra, una sonrisa amable y un "no, gracias" suelen ser suficientes. Mantén tus objetos de valor (móvil, cartera) guardados y fuera de la vista, especialmente en zonas concurridas. Disfruta de la gente, pero siempre con un ojo discreto en tus pertenencias.
Finalmente, y para que tu experiencia sea totalmente tranquila, piensa en la noche. El río San Lorenzo es precioso bajo las luces de la ciudad, pero algunas zonas pueden volverse más solitarias o menos iluminadas. Si decides pasear al anochecer, intenta quedarte en las áreas más concurridas y bien iluminadas. No muestres objetos de valor innecesariamente y, si te sientes inseguro, no dudes en cambiar de ruta. Es útil tener a mano los números de emergencia locales (911 en Canadá) y, si viajas solo, compartir tu ubicación con alguien de confianza. Montreal es una ciudad maravillosa y segura, pero un poco de previsión nunca está de más para que disfrutes sin preocupaciones.
¡Que disfrutes cada paso!
Olya from the backstreets