¿Alguna vez has soñado con sentir Australia en tu propia piel, más allá de lo que tus ojos pueden ver? Pues, amigo, Featherdale Wildlife Park en Sídney es uno de esos lugares que te envuelven por completo.
Imagina esto: das un paso, y el asfalto bajo tus pies cambia. De repente, el aire se vuelve más fresco, más vivo. Un aroma sutil a eucalipto, casi como un bálsamo, te envuelve, mezclado con la tierra húmeda y un dulzor que no sabes identificar. Escuchas el murmullo de voces lejanas, pero lo que realmente te atrapa es la sinfonía de pájaros: un cacareo peculiar de un kookaburra, el chirrido agudo de una cacatúa, y el suave aleteo en la distancia. Es un ritmo que te invita a bajar el ritmo, a respirar más profundo.
Avanzas unos metros y sientes la suavidad de una textura inesperada, como un pelaje corto y denso. Es un ualabí, o quizás un canguro, que se ha acercado a tu mano. Puedes percibir el calor de su cuerpo, la lentitud de su masticar mientras toma una hoja de tu palma. El sonido de sus dientes triturando es sorprendentemente delicado. Si cierras los ojos, podrías sentir la vibración de su nariz húmeda cuando olisquea tu mano, una sensación que te ancla en el momento y te conecta con la tierra australiana de una forma que nunca imaginaste.
Luego, la quietud. El aire se siente denso, casi pegajoso, con un aroma a eucalipto mucho más intenso. Sabes que hay koalas cerca, no porque los veas, sino porque sientes la calma que irradian. Si te acercas lo suficiente y estás atento, puedes escuchar el suave "clic" de sus garras aferrándose a la corteza del árbol, o el imperceptible suspiro de su respiración profunda mientras duermen. Si tienes la suerte de que te permitan un contacto supervisado, la suavidad de su pelaje es indescriptible, como una nube de algodón, y su calorcito te atraviesa, una sensación de paz que te invade por completo.
El parque es un tapiz de sonidos y sensaciones. De repente, el aire se tensa con un gruñido grave y lejano, la vibración en el suelo te dice que es algo grande. Es un dingo, y aunque no lo veas, su presencia se siente poderosa. Más adelante, un chapoteo, y el olor a agua estancada y algo más primario: un cocodrilo moviéndose. Y por encima de todo, la constante conversación de las aves: el trino metálico de un lorito, el grito estridente de un ave rapaz en lo alto, cada uno añadiendo una capa a la experiencia, un eco salvaje que resuena en tu pecho.
Para que vivas esto al máximo, un par de cosas: llega a primera hora, los animales están más activos y el parque menos concurrido. Hay opciones de comida, pero lleva tu propia botella de agua para rellenar, te hará falta. El parque es muy accesible, puedes moverte con carrito de bebé o silla de ruedas sin problema por sus caminos bien cuidados. Hay horarios específicos para las interacciones con animales (como alimentar canguros o fotos con koalas), así que pregunta al llegar para no perderte nada. Para llegar, lo más fácil es tomar un tren a Blacktown y luego un autobús directo desde allí.
Y cuando te vayas, el eucalipto seguirá en tu ropa, el recuerdo de la suavidad del pelaje en tus dedos y el eco de los pájaros en tus oídos. Featherdale no es solo un parque, es una experiencia que se te pega al alma, un pedacito de Australia que te llevas contigo.
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