¡Hola, viajeros! Hoy os llevo a un rincón mágico de Sídney, la Silla de Mrs Macquarie. No es solo un punto en el mapa, es una experiencia que te envuelve.

Imagina que empiezas tu camino desde el corazón de la ciudad. Tus pies se deslizan sobre un sendero ancho y sorprendentemente liso, un asfalto bien cuidado que te invita a seguir adelante sin tropiezos. No hay adoquines que te hagan dudar, ni caminos estrechos que te hagan sentir encerrado; al contrario, es una senda generosa que se abre ante ti, guiándote suavemente a través de los Jardines Botánicos Reales. Puedes sentir el suave declive del terreno bajo tus pies, una pendiente casi imperceptible que te lleva hacia el agua. A cada paso, el aire se vuelve más fresco, y si cierras los ojos, puedes distinguir el aroma salado del océano mezclado con el dulzor terroso de la vegetación. Escucha con atención: el murmullo de las hojas de eucalipto bailando con la brisa, el lejano chillido de las gaviotas y, a veces, el suave repique de las velas de los barcos en la bahía. El camino no te fuerza, te invita a serpentear, a girar despacio, y en cada curva, la promesa de algo más grande se hace evidente. De repente, el sendero se abre, y sientes la inmensidad del espacio.

Una vez llegas, el espacio alrededor de la Silla de Mrs Macquarie es amplio y despejado, mayormente plano, lo que facilita el movimiento. La silla en sí es una formación rocosa de arenisca, áspera y sólida al tacto, tallada directamente en la roca, ofreciendo un lugar natural para sentarse y absorberlo todo. Para la mejor experiencia, te diría que vayas al amanecer o al atardecer. La luz en esos momentos es mágica, tiñendo el cielo de tonos que no creerías posibles, y la gente es menor. No olvides llevar agua, protección solar –el sol de Sídney no perdona– y quizás una chaqueta ligera, porque la brisa marina puede ser fresca incluso en verano. Es un lugar perfecto para un picnic sencillo. Llegar es fácil; puedes caminar desde la Ópera de Sídney (es un paseo precioso por los jardines) o tomar el tren hasta la estación de Martin Place y caminar desde allí. Es un sitio muy accesible para casi todo el mundo.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya desde los callejones

¿Hay un momento perfecto para sentir Mrs Macquarie’s Chair en Sídney? La verdad es que sí, y no es solo un mes. Imagina esto: es finales de otoño o principios de primavera. El aire no es ni demasiado cálido ni demasiado frío, tiene esa frescura que te hace respirar hondo. Hueles a sal, a mar abierto, mezclado con un toque verde, casi medicinal, de los eucaliptos del Jardín Botánico que te rodea. Escuchas el murmullo lejano de los ferris cruzando la bahía, un sonido suave y constante, como un latido. De vez en cuando, el graznido de una gaviota o el suave chapoteo del agua contra los embarcaderos. Te sientas, o simplemente apoyas una mano en la roca de la silla, y sientes el sol tibio en tu piel, un sol que no quema, que acaricia. Es un momento de paz, donde el viento te susurra historias de barcos y horizontes.

En cuanto a la gente, durante esas horas de la mañana o media tarde en otoño/primavera, la multitud es manejable. Hay turistas, claro, pero no se siente agobiante. Puedes encontrar tu propio espacio para respirar. Sin embargo, el clima lo cambia todo. Un día soleado, vibrante, hace que el lugar se sienta lleno de energía, los sonidos parecen más nítidos, el azul del agua más intenso. Si el cielo se nubla o, incluso, empieza a llover suavemente, el ambiente se vuelve más dramático, introspectivo. El aire se carga de humedad, el olor a tierra mojada se suma al de la sal, y el silencio se vuelve más profundo, solo roto por el goteo de la lluvia. La vista sigue siendo espectacular, pero con un matiz distinto, casi melancólico. Si buscas esa quietud, un día nublado puede ser tu mejor aliado, ya que muchos turistas se retiran y puedes tener el lugar casi para ti.

Para llegar, la caminata desde Circular Quay es una experiencia en sí misma. Es un paseo llano y accesible que te lleva por el borde del Jardín Botánico, siguiendo la orilla. Te aconsejo llevar calzado cómodo, porque querrás explorar un poco los alrededores. No olvides que desde aquí tienes una de las vistas más icónicas del Opera House y el Harbour Bridge juntos. No es solo un punto para una foto, es un lugar para sentir la inmensidad de Sídney, cómo la ciudad se abraza a su bahía. Tómate tu tiempo, no hay prisa.

Así que, imagina ese momento. Estás ahí, el viento te envuelve, el sol te calienta, y la esencia de Sídney se filtra por cada uno de tus sentidos. No es solo una silla, es un punto de conexión con la historia, con la belleza natural y con el pulso de una ciudad vibrante. Es un lugar para sentirse pequeño y a la vez, parte de algo grandioso.

Mara del Mundo

¡Hola, exploradores! Hoy quiero llevaros a un rincón de Sídney que me toca el alma cada vez que lo visito: la Silla de Mrs. Macquarie. Imagina que el sol de la mañana te acaricia la piel mientras caminas por el Jardín Botánico Real. Sientes el crujido suave de las hojas bajo tus pies, un eco lejano de la ciudad que se desvanece. El aire, fresco y salado, trae consigo el aroma dulce del eucalipto mezclado con el yodo del puerto. Escuchas el canto de los loros y cacatúas, una sinfonía vibrante que te envuelve. A cada paso, el murmullo de las olas se hace más presente, como una promesa lejana.

Sigues ese sonido, y de repente, el camino se abre. Ante ti, una formación de arenisca, simple, tallada con historia. No es un trono, es un asiento humilde, pero la vista que te regala... ¡ahí es donde todo cobra sentido! Sientes la inmensidad del puerto de Sídney extendiéndose ante ti, tan vasto que casi puedes saborear el aire salado en tu lengua. Puedes sentir la brisa marina peinándote el pelo mientras tus ojos, o tu mente, trazan la silueta inconfundible de la Ópera y el Puente del Puerto, tan cerca que parece que podrías tocarlos. Es un abrazo visual que te envuelve. Para vivir esta plenitud, te diría que vengas al amanecer o al atardecer. La luz baila sobre el agua de una forma mágica y la energía es pura calma, sin el bullicio del mediodía.

¿Y por qué esta silla? No es solo una roca bonita. Mi abuela, que vivió toda su vida aquí, siempre contaba que Lucy Macquarie, la esposa del gobernador, venía cada día a este mismo punto. No para ver la Ópera, que no existía, sino para mirar al mar, esperando. Esperando cartas de casa, esperando noticias de Inglaterra, esperando ver un barco que trajera algo familiar de tan lejos. Era su lugar de consuelo, su ventana al mundo que dejó atrás. Imagina esa sensación de anhelo, de soledad, pero también de esperanza, sentada en esta misma piedra, con el vasto océano como único confidente. Es un recordatorio de que, incluso en los lugares más hermosos, hay historias humanas de espera y de hogar.

Para llegar, lo más fácil es un paseo precioso a pie desde Circular Quay, cruzando los Jardines Botánicos. Es un camino plano y accesible, perfecto para estirar las piernas. Si prefieres, el autobús 441 te deja cerca. Combínalo con una visita a la Ópera de Sídney o un picnic en los jardines. Lleva agua, especialmente en verano, y un buen protector solar. Y aunque te he recomendado amanecer o atardecer para la mejor luz, si vas a mediodía, el sol puede ser fuerte, así que un sombrero no viene mal. No hay baños justo en la silla, pero sí en los jardines cercanos. ¡Y no olvides tu cámara, aunque la mejor foto es la que se queda en tu corazón!

¡Hasta la próxima aventura!

Leo de la Ruta

Imagina que el aire salado de Sídney te envuelve suavemente mientras tus pies pisan el sendero, una mezcla de asfalto liso y tierra compacta, que serpentea por el Real Jardín Botánico. Caminas, y el murmullo de las hojas de los eucaliptos se mezcla con el canto distante de las aves. De repente, el espacio se abre, y sientes la inmensidad. Es justo aquí, un poco antes de llegar a la silla de Mrs Macquarie, donde la vista te golpea con toda su fuerza. El lugar perfecto para detenerte y sentir el pulso de Sídney es el pequeño saliente de hierba que se extiende hacia el agua, ofreciéndote una panorámica sin obstáculos. Es el punto donde el espacio te invita a quedarte, a absorberlo todo.

Desde este punto privilegiado, sientes la brisa marina acariciando tu piel, cargada con el aroma salobre del océano y un toque fresco de verdor. A tu izquierda, la silueta inconfundible de la Ópera de Sídney se recorta contra el cielo, sus "velas" de hormigón parecen casi respirar bajo la luz. A la derecha, el imponente puente del puerto de Sídney se alza majestuoso, un arco de acero que conecta dos mundos, y puedes casi escuchar el zumbido lejano de los coches que lo cruzan. El agua, una paleta cambiante de azules y grises, refleja la luz, y sientes cómo el sol, incluso a través de las nubes, calienta tu rostro. Es una sinfonía visual y auditiva: el suave chapoteo del agua contra la orilla, el lejano zumbido de los ferris y el aire fresco que te llena los pulmones.

Para capturar esa magia, la luz lo es todo. Si buscas una atmósfera íntima y dorada, la hora dorada, justo antes del atardecer o después del amanecer, es tu momento. El sol pinta la Ópera y el puente con tonos cálidos que se sienten casi tangibles, y las sombras se alargan, añadiendo profundidad a la escena. En esos momentos, el bullicio de la ciudad se reduce y puedes escuchar el suave chapoteo de las olas con mayor claridad, o el canto de los pájaros que se despiden del día. Hay menos gente, lo que te permite sentir la grandeza del lugar sin distracciones. Si prefieres la energía vibrante y una claridad impresionante, el mediodía te ofrece una vista nítida, pero con más afluencia de visitantes y un sol más intenso. Lleva siempre protector solar y una botella de agua, y ten en cuenta que, aunque el camino es accesible, hay que caminar un poco para llegar a este mirador privilegiado.

Max en movimiento.

Acabo de volver de Sídney, y tengo que contarte sobre un lugar que me dejó sin aliento: Mrs Macquarie's Chair. Imagina que caminas por un sendero verde, el suave césped bajo tus pies, y de repente, el espacio se abre. Sientes el viento, una brisa fresca que te envuelve, y el aire huele a sal y a algo indescriptiblemente fresco, como si el océano entero te saludara. Y entonces, ahí está. No lo ves, lo *sientes* con todo tu ser: la inmensidad del puerto de Sídney. Escuchas el suave chapoteo de las olas muy abajo, casi como un susurro gigante, y el lejano graznido de las gaviotas que planean sobre ti. Si extiendes la mano, casi podrías tocar el aire vibrante con la energía de la ciudad, pero aquí, en este punto, hay una paz que lo ancla todo.

A medida que avanzas un poco más, sientes la tierra firme bajo tus pies, un camino de piedra que te guía hacia ese punto icónico. La luz del sol acaricia tu piel, cálida y envolvente. Y si cierras los ojos, puedes casi *ver* el brillo del agua reflejando el sol, o las siluetas inconfundibles de la Ópera de Sídney y el Puente del Puerto. Lo que me sorprendió fue la historia detrás de todo esto. No es solo un banco con vistas; es un pedazo de historia tallado en la roca, un lugar donde una mujer solía sentarse a contemplar el puerto. Hay algo casi mágico en saber que estás en el mismo sitio, sintiendo la misma brisa, que alguien sintió hace siglos. Es como si el tiempo se detuviera y pudieras conectar con el pasado a través de tus sentidos.

Para llegar, lo mejor es una caminata preciosa. Desde la Ópera de Sídney, es un paseo de unos 20-30 minutos por el Real Jardín Botánico, una ruta que es un regalo para los sentidos en sí misma. Sientes la tierra bajo tus pies, el canto de los pájaros, el aroma de las flores. También puedes tomar el autobús 200 hasta Macquarie Street y caminar desde allí, pero te perderás la belleza del jardín. El mejor momento para ir, sin duda, es al amanecer o al atardecer. Al amanecer, el aire es fresco, casi frío en la piel, y los colores del cielo son una explosión silenciosa. Al atardecer, sientes el calor del día desvanecerse y la ciudad se ilumina poco a poco. Lo que no funciona tan bien son las horas centrales del día: se llena de gente y el sol puede ser abrasador. Hay muy poca sombra, así que la sensación de calor directo en la piel es constante. Lleva agua, un sombrero y protector solar, de verdad, como si te lo estuviera diciendo por mensaje de voz.

Si vas, no te quedes solo en la silla. Explora los alrededores, hay senderos que te llevan a otros puntos de vista, donde puedes sentir la brisa de diferentes ángulos y escuchar el puerto desde perspectivas distintas. Algunos de estos caminos son de grava, otros de tierra, así que siente la textura bajo tus pies. No hay cafeterías ni tiendas cerca, así que si piensas pasar un rato, lleva tus propios snacks. No esperes encontrar baños a cada paso, planifica tu visita. Y un último consejo: aunque es un lugar icónico, la verdadera magia está en tomarte tu tiempo. No vayas solo por la foto. Siéntate, respira el aire, escucha los sonidos, siente el sol y la brisa. Es lo que lo hace especial. No es solo una vista, es una experiencia que te abraza.

Olya from the backstreets

¡Hola, exploradores! Max en movimiento por aquí, listo para llevarlos a uno de esos rincones del mundo que te hacen sentir pequeño y, a la vez, inmenso. Hoy nos vamos a Sídney, a un lugar con un nombre curioso: la Silla de Mrs Macquarie.

Imagina que el sol de Australia te acaricia la piel, cálido pero suave, mientras una brisa fresca y constante te despeina. Caminas por un sendero ancho, bajo la sombra intermitente de árboles frondosos, y sientes el suave crujido de la grava bajo tus pies. A medida que avanzas, el aire se vuelve más nítido, con un inconfundible aroma salado que te dice que el océano está cerca. De repente, el sendero se abre y el sonido del viento cambia, se vuelve más amplio, como si ya no hubiera obstáculos entre tú y el horizonte. Puedes escuchar el suave murmullo de las olas rompiendo a lo lejos, un sonido rítmico y tranquilizador, mezclado con el lejano pero constante zumbido de la ciudad, un eco de su energía. Sientes la inmensidad del espacio que se abre frente a ti, una sensación de libertad absoluta. Si extiendes las manos, casi puedes tocar el aire que viene de la bahía, cargado de humedad y de la promesa de aventura. Aquí, en la Silla de Mrs Macquarie, no necesitas ver el icónico perfil de la Ópera o el majestuoso Puente del Puerto para sentirlos; los sientes en el viento, en el sonido de las gaviotas, en la vibración del lugar. Es un abrazo de Sídney que te envuelve por completo.

Si, como yo, quieres explorar este lugar con total comodidad y libertad de movimiento, debes saber que no hay un puesto de alquiler de sillas de ruedas o scooters eléctricos *justo* al lado de la Silla de Mrs Macquarie. Es un área de parque público, el Jardín Botánico Real, y aunque está muy bien mantenido y es accesible, el equipo especializado se gestiona externamente. Lo más fácil y recomendable es contactar a empresas especializadas en alquiler de equipos de movilidad en Sídney. Suelen tener un catálogo amplio y la ventaja es que muchas ofrecen servicio de entrega y recogida, incluso en tu hotel o en un punto de encuentro conveniente cerca del Jardín Botánico (como la entrada principal). La disponibilidad suele ser buena, pero siempre es mejor reservar con antelación, especialmente en temporada alta, para asegurarte el equipo que necesitas. En cuanto al costo, varía mucho según el tipo de silla o scooter y el tiempo de alquiler (por día, semana, etc.), pero puedes esperar tarifas que van desde unos 30-50 AUD por día para una silla de ruedas manual básica, hasta más por un scooter eléctrico. La forma más sencilla de obtener información precisa sobre precios y disponibilidad es llamar o enviar un correo electrónico directamente a estas empresas. Busca en Google "alquiler silla de ruedas Sídney" o "alquiler scooter movilidad Sídney" y te saldrán varias opciones fiables.

¡Hasta la próxima aventura!

Max en movimiento.

¿Qué haces en la Silla de Mrs Macquarie, preguntas? Mira, no es un museo que "visitas" o un tour que "tomas". Es un punto donde el tiempo se detiene y la ciudad te habla.

Imagina esto: caminas por un sendero suave, donde el asfalto bajo tus pies es liso y te guía. Sientes la brisa, que al principio es un soplo cálido, pero a medida que avanzas, se vuelve más fresca, trayendo el olor salado del mar mezclado con el dulzor de las flores de los jardines botánicos que te rodean. Escuchas el murmullo de las olas, un sonido constante y rítmico que te va envolviendo. A lo lejos, el tintineo de los mástiles de los barcos, un sonido metálico y delicado, se suma al coro. No hay prisa aquí; cada paso es una invitación a respirar hondo y sentir cómo el espacio se abre ante ti.

Y de repente, lo sientes. No es una vista que simplemente ves, es una inmensidad que te abraza. El aire se vuelve nítido, casi crujiente. Puedes sentir la amplitud del cielo sobre ti, y el sol, si es de día, te acaricia la piel. El sonido del puerto, antes lejano, ahora es un tapiz sonoro: el chapoteo suave del agua contra los diques, el pitido ocasional de un ferry que se acerca, y el lejano zumbido de la ciudad que, desde aquí, suena como un suave susurro. Es un lugar para sentarse, sí, pero más que eso, es para sentir el pulso de Sídney, el vasto azul del agua que se extiende hasta el horizonte, y la silueta inconfundible de la Ópera y el Puente del Puerto que se alzan con una dignidad silenciosa. Te sientes pequeño, sí, pero también increíblemente conectado a algo mucho más grande.

Para llegar, lo más fácil es caminar desde el centro de la ciudad, desde la Ópera o los Jardines Botánicos. Es un paseo llano y muy agradable, de unos 15-20 minutos. Si prefieres, hay paradas de autobús cerca, pero la caminata es parte de la experiencia. El mejor momento es al amanecer o al atardecer. Por la mañana, el sol ilumina la Ópera y el Puente con una luz mágica y hay menos gente. Por la tarde, los colores del cielo son espectaculares. Lleva una botella de agua, un sombrero si es soleado y, si te animas, algo para sentarte en el césped. La zona es accesible para sillas de ruedas, con caminos pavimentados.

Una vez que has absorbido ese momento, no te quedes solo en la silla. Desde allí, puedes seguir explorando los Royal Botanic Garden, que están justo al lado. Puedes perderte entre sus senderos, donde el aroma de las plantas exóticas te envuelve, y escuchar el canto de los pájaros que anidan en los árboles. Es perfecto para un picnic improvisado si has llevado algo de comer, o simplemente para encontrar otro banco y seguir contemplando el agua desde una perspectiva diferente. Es un lugar para desconectar, para dejar que la mente divague y para apreciar la belleza de Sídney desde un punto de vista que te hace sentir parte de ella.

Olya from the backstreets

¡Hola, exploradores! Hoy te llevo a un rincón de Sídney que va más allá de las postales, un lugar donde cada sentido cobra vida: la Silla de Mrs. Macquarie. Imagina que el sol de la mañana te acaricia la piel, aún suave y no abrasador. Caminas por un sendero de grava que cruje bajo tus pies, un sonido rítmico y constante que te guía. A medida que te acercas, el aire cambia. Ya no es solo salado; siente esa brisa fresca que te roza la cara, trayendo consigo el eco de las olas rompiendo a lo lejos y el grito distintivo de las gaviotas, como si te dieran la bienvenida.

Ahora, detente. Extiende tu mano y toca la roca, la Silla misma. Siente el calor de la arenisca bajo tus dedos, una calidez suave y reconfortante que el sol ha estado absorbiendo todo el día, incluso a primera hora de la mañana. Y con esa calidez, un aroma sutil, casi imperceptible si no te detienes a respirar profundamente: es el dulzor terroso de la piedra calentada, mezclado con la sal del océano y, sí, un toque lejano de eucalipto que el viento trae desde los jardines botánicos cercanos. Es el aliento de Sídney en ese rincón, una conversación silenciosa entre la tierra, el mar y la brisa. Puedes escuchar el suave murmullo de las conversaciones a tu alrededor, un tapiz de idiomas que te envuelve mientras el viento susurra a través de las hojas de los árboles cercanos, creando una melodía propia.

Llegar hasta aquí es sencillo y forma parte de la experiencia. Puedes optar por una caminata de unos 15-20 minutos desde la Ópera de Sídney; el camino es mayormente plano y pavimentado, lo que lo hace accesible para la mayoría. Si prefieres el transporte público, varias líneas de autobús te dejarán cerca de la entrada del Jardín Botánico, desde donde es solo un corto y agradable paseo. El mejor momento para visitarla, si buscas tranquilidad y una conexión más profunda, es al amanecer o al atardecer. Al amanecer, el aire es más nítido y fresco, y el sonido de la ciudad aún está dormido, dejando espacio para los sonidos de la naturaleza y el mar. Al atardecer, el cielo se tiñe de colores cálidos que se reflejan en el agua, y la brisa se vuelve más suave, el calor residual de la piedra es aún más reconfortante. Lleva calzado cómodo, un sombrero si es de día y, por supuesto, agua.

Un pequeño consejo para realmente sentir el lugar: en lugar de ir directamente a la silla, tómate un momento para explorar los alrededores. Hay varios bancos de piedra un poco más allá de la silla principal, a lo largo del sendero que bordea el agua. Siéntate en uno de ellos y cierra los ojos por un instante. Escucha cómo el sonido de las olas cambia ligeramente con la marea, cómo los barcos grandes se deslizan casi en silencio por la bahía, o el chapoteo de los pequeños veleros que se balancean. La vista es icónica, sí, pero la sinfonía de la bahía es lo que realmente te conectará con este lugar. No hay tiendas ni cafeterías justo al lado, así que es un buen lugar para llevar un pequeño picnic o simplemente sentarte y absorber el momento sin distracciones comerciales.

¡Hasta la próxima aventura!

Lena de Calle

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a uno de esos rincones mágicos de Sídney que te hacen sentir que has llegado al fin del mundo, pero de la mejor manera posible: la Silla de la Señora Macquarie. Imagina el aire salado acariciando tu piel, fresco y revitalizante. Puedes escuchar el suave chapoteo del agua de la bahía a lo lejos, mezclándose con el canto de los pájaros y el murmullo lejano de la ciudad. Mientras te acercas, el olor a eucalipto y a mar se intensifica. Cierra los ojos un momento y siente el sol cálido en tu rostro, prometiendo una vista que se graba en el alma: la Ópera de Sídney y el Puente del Puerto, juntos en una postal viviente. Es un lugar para sentir, no solo para ver.

Pero mientras te dejas llevar por la grandiosidad de la vista, es importante que prestes atención a dónde pisas. Imagina el tacto de la tierra bajo tus pies; no es un camino perfectamente liso. El terreno alrededor de la Silla de la Señora Macquarie y a lo largo de los senderos del Jardín Botánico puede ser irregular, con piedras sueltas o raíces que sobresalen. Después de una lluvia, o incluso por el rocío de la mañana, algunas superficies, especialmente las de piedra pulida por el tiempo, pueden volverse sorprendentemente resbaladizas. Siente cada paso; asegúrate de que tu calzado tenga buen agarre para evitar un resbalón inesperado. No hay prisas aquí, disfruta el camino con seguridad.

Y mientras te pierdes en la inmensidad de la bahía, escucha el murmullo constante de la gente que también viene a admirar esta belleza. Es un lugar muy popular, lo que significa que siempre hay movimiento a tu alrededor. Mantente atento a tus pertenencias. No es para alarmarse, pero como en cualquier destino turístico concurrido, los carteristas pueden operar. Siente el peso de tu mochila o bolso; asegúrate de llevarlo por delante o de forma segura. Evita distraerte demasiado con el móvil o la cámara; un breve escaneo de tu entorno te ayudará a mantener el control de tu espacio y tus objetos de valor sin perderte la atmósfera.

Para que tu visita sea perfecta, te sugiero que vayas temprano por la mañana para disfrutar de la tranquilidad o al atardecer para una explosión de colores. El sol de Sídney puede ser intenso, así que, aunque estés inmerso en la experiencia, no olvides llevar agua para mantenerte hidratado y usar protector solar. La Silla de la Señora Macquarie es un lugar para quedarse, para absorber, para respirar. Tómate tu tiempo, siéntate si puedes, y simplemente déjate llevar por la energía del lugar, con la certeza de que estás seguro y preparado para cualquier cosa.

¡Hasta la próxima aventura!

Leo de Viaje

¿Eres amante de las aves y buscas un rincón especial en Sídney? La Silla de la Señora Macquarie es más que una vista postal; es una sinfonía natural si sabes escuchar. Imagina que el sol apenas comienza a calentar, el aire de la mañana es fresco y limpio, con ese toque salado que solo el puerto te puede dar. Te acercas, y antes de ver nada, tus oídos ya están trabajando: un coro de graznidos agudos y rápidos te da la bienvenida. Es el sonido inconfundible de las cacatúas de cresta de azufre, que ya están activas, volando en grupos sobre tu cabeza, haciendo que sientas una ráfaga de aire al pasar. No busques solo la vista de la Ópera, busca el ritmo de la vida alada aquí.

Cuando caminas por los senderos cercanos, cerca de los límites con el Jardín Botánico, el paisaje sonoro cambia. Cierra los ojos por un momento y concéntrate. Escucharás el parloteo constante y alegre de los loris arcoíris, a veces tan cerca que casi sientes la vibración de sus alas diminutas. Son ruidosos, sí, pero su energía es contagiosa. Y si tienes suerte, ese sonido inconfundible, como una risa resonante que se eleva y cae, te llegará desde lo alto de un eucalipto: la cucaburra. Su canto es uno de esos regalos auditivos que te conectan directamente con la naturaleza australiana. También oirás el "clink-clank" metálico de las urracas, que suelen estar en el césped, buscando su desayuno.

Para realmente sumergirte en este mundo alado, lo mejor es ir temprano, muy temprano. Hablamos del amanecer, cuando la luz es suave y la mayoría de los turistas aún duermen. El aire es tranquilo y las aves están más activas. Busca un lugar apartado, quizás un banco de piedra o un trozo de césped un poco más allá de la silla principal, hacia el lado del jardín. Siente la hierba fresca bajo tus pies, o la textura rugosa de la corteza de un árbol si te apoyas. Quédate quieto, respira hondo y deja que el mundo de las aves te envuelva. No hay prisa.

Un consejo práctico para tu experiencia: los ibis australianos, con su pico largo y curvado, son comunes en las zonas de césped, buscando alimento. No tienen un canto particularmente musical, pero su presencia es constante. Las gaviotas plateadas también están por todas partes, especialmente cerca del agua, con sus graznidos agudos. Recuerda no alimentarlas, por favor. La clave aquí es la observación tranquila y el respeto por su hábitat. Si te detienes, escuchas y te conectas, te aseguro que tu visita será mucho más rica que una simple foto.

Olya from the backstreets