¡Hola, amiga! Acabo de volver de Ao Phang Nga, en Phuket, y tengo que contarte todo. Desde que zarpas, sientes esa brisa salada en la cara, que te despeina pero te revitaliza. Imagina el suave balanceo del barco bajo tus pies, un ritmo constante que te mece mientras te adentras en la bahía. El sol te calienta la piel, y aunque no veas, percibirías el cambio en el aire: de la agitación de la costa, a una calma que solo se interrumpe por el chapoteo del agua contra el casco. Y luego, de repente, lo sientes: el aire se vuelve más denso, más húmedo, y un silencio majestuoso te envuelve mientras las primeras formaciones rocosas se alzan a tu alrededor. Es como entrar en otro mundo, uno donde la naturaleza es la única protagonista.
Y ahí, de la nada, emerge la famosa Ko Tapu, la "Isla de James Bond". Al acercarte, el motor del bote baja las revoluciones, y el eco de las voces de la gente rebotando en las paredes de roca te da una idea de la escala. Puedes casi sentir la textura rugosa de la piedra caliza, fría y milenaria, tan cerca que crees que podrías tocarla si extendieras la mano. Lo que más me sorprendió fue lo *pequeña* que se siente cuando estás allí, rodeada de tantos barcos y turistas. Es icónica, sí, pero prepárate para compartir el espacio. Si quieres una foto, tendrás que maniobrar un poco entre la multitud, pero la vista sigue siendo impresionante, como si la roca hubiera sido esculpida por un gigante.
Pero lo mágico no es solo eso. Es cuando te metes en las "hongs", esas cuevas marinas ocultas dentro de los islotes. Te subes a un kayak pequeño, y el guía rema suavemente. Escuchas solo el chapoteo del agua y el goteo constante de las estalactitas, mientras el aire se vuelve fresco y húmedo. A veces, tienes que tumbarte completamente para pasar por aberturas estrechas, sintiendo la roca justo encima de ti, rozando casi tu nariz. Luego, el espacio se abre de golpe a una laguna interior, un "cielo abierto" rodeado por paredes de roca gigantescas donde el único sonido es el canto de los pájaros y el eco de tu propia respiración. Lo que no me gustó es que, en algunos tours, te meten prisa, y esta experiencia merece ser saboreada con calma.
Después de remar, llegas a Koh Panyee, el pueblo flotante. Aquí, el olor a pescado fresco y a especias te envuelve, mezclado con el de la madera mojada bajo tus pies. Caminas sobre tablones que se mueven un poco, sintiendo la vibración de las vidas que se desarrollan allí: niños jugando, el sonido de las conversaciones en tailandés, el tintineo de los utensilios en las cocinas. Es un lugar fascinante, pero no esperes algo "virgen". Es una parada turística en toda regla, con tiendas de souvenirs y restaurantes preparados para los grupos. La comida es sencilla pero rica, sobre todo el marisco, aunque la sensación es un poco de "parada obligada" en el itinerario de la mayoría de los tours.
En general, fue una pasada, pero con matices. Lo que más me impactó fue la inmensidad y la singularidad de la naturaleza, la sensación de estar en un lugar que parece de otro planeta. Lo que no me gustó tanto fue la masificación en ciertos puntos, que le resta un poco de autenticidad a la experiencia. Si vas, lleva mucha crema solar, un sombrero que no se vuele y un buen repelente de mosquitos, especialmente si la visita es a última hora. Y un consejo: busca un tour que no sea el más barato; a veces, pagar un poco más por un grupo reducido o un itinerario más flexible vale la pena. Así podrás disfrutar de los momentos de calma y sumergirte de verdad en la magia de Ao Phang Nga sin sentirte como ganado.
¡Un abrazo desde la carretera!
Olya from the backstreets