¿Me preguntas qué es Patong? Uf, prepárate. No es solo un lugar, es una experiencia que te entra por cada poro. Imagina esto: acabas de llegar. Te bajas del coche y el aire te golpea. Es denso, cálido, húmedo, casi como una manta suave pero pesada que te envuelve. No es un calor seco, es el trópico respirando. Lo primero que te inunda son los sonidos: un zumbido constante de motos que pasan cerca, el lejano y rítmico pulso de un bajo, y por debajo, una sinfonía de voces, risas, cláxones. Y luego, el olor. Un torbellino de fragancias: el dulzor picante de la comida callejera que se cocina en algún lugar cercano, el tenue aroma a sal y humedad del mar que sabes que está ahí, aunque aún no lo veas, y un toque de incienso mezclado con el escape de los vehículos. Sientes el asfalto caliente bajo tus pies, un eco del sol que lo ha estado bañando todo el día.
Caminas unos metros más y de repente, el espacio se abre. La arena. Sientes cómo se desliza suavemente entre tus dedos, tibia por el sol, y el sonido de las olas, antes lejano, ahora es una presencia constante, un murmullo rítmico que lo calma todo. El sol te abraza la piel, una caricia cálida que te invita a quedarte. Escuchas a los vendedores ambulantes, sus voces melódicas y persistentes ofreciéndote pareos, bebidas frías, o un masaje. No son agresivos, solo están ahí, parte del paisaje sonoro. Si buscas un sitio, verás tumbonas y sombrillas que puedes alquilar por el día; es la forma más fácil de tener tu propio pedazo de paraíso.
Cuando el estómago te empiece a rugir, no lo dudes. El aire se llena con el aroma a hierbas frescas y especias, el chisporroteo de algo friéndose en aceite caliente. Puedes sentir el calor de los woks y las parrillas. Acércate a cualquier puesto callejero, no te dejes intimidar por la aparente simplicidad. Pide un Pad Thai, y sentirás la combinación perfecta de dulce, ácido y un toque picante en cada bocado, la textura suave de los fideos, el crujido de los cacahuetes. Prueba la fruta fresca: el mango, tan jugoso que el zumo te corre por las manos, o el rambután, dulce y exótico. Durante el día, el sonido de las motos acuáticas rasga el aire, y el murmullo de gente riendo mientras parasailing se eleva sobre las olas. Si te animas, hay un montón de sitios donde puedes alquilar una: negocia el precio, siempre.
A medida que el sol empieza a descender, el aire se vuelve un poco más fresco, un alivio bienvenido. La luz se suaviza, y el ambiente de la playa cambia, se vuelve más íntimo. Los sonidos del día se disipan y se mezclan con una música más rítmica y lejana que empieza a surgir. Ya no sientes la arena tan caliente, sino una frescura que te invita a quedarte. El olor a sal marina se combina con el aroma a carbón quemándose, preparando la cena en los restaurantes cercanos, y empiezas a percibir el dulzor de los perfumes que la gente usa para la noche.
Luego, la noche. Patong tiene un corazón que late con fuerza: Bangla Road. Aquí, el aire vibra con el pulso constante de la música electrónica que emana de los bares, una pared de sonido que te envuelve. Sientes el suelo temblar ligeramente bajo tus pies con cada bajo. Los olores cambian: el dulzor de la cerveza, el humo de los cigarrillos, y de nuevo, la comida callejera, pero ahora con un toque más nocturno. Escuchas el murmullo de cientos de conversaciones en decenas de idiomas, las risas, los gritos de los vendedores que te invitan a entrar en sus locales. La energía es palpable, casi puedes tocarla. No te agobies, déjate llevar por la corriente, pero mantente alerta. Para moverte, los tuk-tuks son ruidosos y coloridos; si compartes, siempre negocia el precio antes de subirte.
Pero Patong no es solo la locura de Bangla Road. Si buscas un respiro, puedes sentir el aroma a aceites esenciales en uno de los muchos salones de masaje, donde las manos expertas te relajan los músculos cansados, una presión firme y reconfortante. O puedes ir a los mercados locales, donde el aire huele a especias y a flores frescas, y el sonido de las regateos es más suave, más local. Allí, el tacto de la seda o el algodón en las telas es distinto, más auténtico. Patong es todo eso y más: una explosión para los sentidos que te deja exhausto pero lleno de vida.
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets