¡Hola, amiga! Acabo de volver del Chao Phraya en Bangkok y, mira, tengo que contarte todo. Es una locura, en el buen sentido. Imagínate esto: sales de una calle ruidosa y de repente te encuentras con un río que es una autopista líquida, un pulso vibrante de la ciudad. El aire aquí es denso, húmedo, con un toque a escape de motor y un ligero dulzor a incienso flotando desde algún templo cercano. Escuchas el rugido de los motores de cola larga, el chapoteo del agua contra los cascos de los barcos y, de fondo, una sinfonía de voces y cláxones. Sientes el calor tropical envolverte, pero también la brisa refrescante que el río regala. Lo que más me sorprendió de inmediato fue cómo este río no es solo un cuerpo de agua, ¡es la vida misma de Bangkok desfilando ante tus ojos! No es un paseo tranquilo; es una inmersión total.
Para moverte por aquí, lo mejor es subirte a uno de los barcos públicos. Son la opción más auténtica y económica. No te compliques con los barcos turísticos carísimos; los locales, con su bandera naranja o azul, te llevan a todas partes por unas pocas monedas de baht. Sientes la madera del asiento bajo ti, un poco áspera, y el vaivén constante del agua te mece. El viento te golpea la cara, una bendición en el calor de la ciudad, y el spray del agua salta a veces, refrescándote inesperadamente. Verás a la gente local ir y venir del trabajo, cargando sus compras, o simplemente observando como tú. Es un transporte eficaz, sorprendentemente rápido, y te ahorra horas de atascos infernales.
Mientras navegas, el río te regala una perspectiva única de la ciudad. A un lado, ves el majestuoso Wat Arun, el Templo del Amanecer, elevándose con sus mosaicos brillantes que parecen encenderse con cada rayo de sol. Al otro, los tejados dorados del Gran Palacio brillan con una opulencia casi irreal. Pero no todo es templos y palacios. También ves casas de madera inclinadas sobre el agua, con ropa tendida secándose al sol, y niños jugando en los muelles. Escuchas la llamada de algún vendedor ambulante desde la orilla, ofreciendo frutas frescas, y sientes la vibración de los gigantescos rascacielos modernos que se alzan imponentes, creando un contraste alucinante con la arquitectura ancestral. Es como un libro de historia y futuro pasando página a página.
Ahora, para serte sincera, no todo es perfecto. Los muelles pueden ser caóticos, llenos de gente empujando y el calor es implacable, te sientes pegajosa en cuestión de minutos. A veces, el olor a diésel de los motores es bastante fuerte, y el agua del río, aunque fascinante, no es precisamente cristalina, tiene un color marrón terroso que te recuerda que es un río vivo y muy transitado. Y sí, prepárate para los vendedores insistentes en algunos puntos turísticos; pueden ser un poco abrumadores si buscas paz y tranquilidad. Es importante ir con la mente abierta y saber que es parte de la experiencia, no para frustrarse.
Pero hubo un momento que me tocó el alma. Fue al atardecer, en uno de esos barcos locales. El sol empezó a caer, tiñendo el cielo de naranjas, rosas y violetas imposibles. Sentí el aire volverse más suave, menos opresivo. Vimos el Wat Arun iluminarse, sus torres doradas y blancas brillando contra el cielo oscurecido, y de repente, una suave brisa trajo el aroma a jazmín y a algo dulce, quizás de alguna ofrenda. Escuché los cánticos de los monjes desde un templo cercano, mezclándose con el murmullo de la gente y el suave chapoteo del agua. En ese instante, la ciudad, con todo su caos, se sintió increíblemente pacífica y mágica. Fue como si el río mismo respirara, y tú con él.
Mi consejo final: ve por la mañana temprano para evitar las multitudes y el peor calor, o al atardecer para ver el espectáculo de luces y colores. No planees demasiado, simplemente sube al barco y déjate llevar. Baja en cualquier parada que te llame la atención, explora un poco a pie y vuelve a subirte a otro barco. Es la mejor forma de sentir el pulso de Bangkok de una manera que ninguna otra experiencia te puede dar. Te aseguro que, a pesar de sus imperfecciones, el Chao Phraya es una de esas cosas que tienes que vivir con todo tu cuerpo.
¡Un abrazo desde el camino!
Luz en el camino