Imagina que el aire de Beijing, a veces denso, se va aclarando mientras te alejas del bullicio de la ciudad. Sientes el traqueteo suave del transporte, una vibración constante bajo tus pies, que te lleva hacia un lugar donde el tiempo parece haber echado raíces. Poco a poco, el paisaje urbano se abre y empiezas a percibir la inmensidad del cielo sobre ti, el verde de las colinas que se asoman en la distancia, como guardianes silenciosos. Es un viaje hacia la quietud, hacia algo muy, muy antiguo, donde lo que *haces* es, sobre todo, *sentir*.
Una vez allí, tus pies pisan un camino amplio, de piedra, que se extiende ante ti. Sientes la rugosidad bajo tus suelas, la solidez de siglos de historia. Un silencio distinto empieza a envolverte; no es un silencio absoluto, sino uno cargado de ecos, donde el único sonido es, quizás, el de tus propios pasos y el murmullo lejano del viento entre los árboles. A tu lado, puedes casi *sentir* la presencia imponente de las estatuas de piedra: elefantes, camellos, leones, figuras humanas… Son gigantescas, frías al tacto si acercaras una mano, y proyectan una sombra larga y densa que te acompaña. Imagina su escala: tienes que inclinar la cabeza para ver su cima, y te hacen sentir pequeño, un simple grano de arena en la marea del tiempo que fluye por este camino sagrado.
Después de la vasta extensión exterior, la experiencia cambia radicalmente al adentrarte en una de las tumbas, como la de Dingling. Te encuentras ante una entrada, oscura y fresca. Das un paso y el aire se vuelve denso, húmedo, con un olor a tierra y a piedra antigua. Desciendes escalones, uno a uno, sintiendo el frío de la piedra bajo tus dedos si te apoyas en la pared. El sonido de tus propios pasos resuena de forma extraña, amplificado, y el eco de cualquier murmullo viaja lejos en la oscuridad. Imagina que el espacio se abre de repente, y aunque no veas, *sientes* la inmensidad de una sala subterránea, donde la temperatura es constante y la humedad se pega ligeramente a tu piel. Es un lugar de quietud profunda, casi reverente, donde la ausencia de luz directa potencia la percepción de cada sonido y cada sensación.
En el interior, aunque la vista sea limitada, puedes percibir la estructura, la disposición de las cámaras. Imagina la textura de las paredes, quizás lisas por el paso del tiempo, o rugosas en las esquinas. Aunque no los toques, *sientes* la presencia de los objetos de la vida pasada: urnas, tesoros, réplicas de los muebles. Puedes casi escuchar el eco de las historias que guardan, una sensación de solemnidad que te envuelve. Es un recordatorio palpable de la vida y la muerte, un lugar que te invita a una introspección silenciosa, donde el tiempo parece detenerse y solo te queda la sensación de la historia que te rodea.
Mira, para llegar, lo más práctico es coger el metro hasta la estación de Changping Dongguan y desde ahí un autobús local que te deja cerca de la entrada, o un taxi directo. Lleva calzado cómodo, vas a caminar mucho sobre piedra irregular y terrenos amplios. Agua y algo de picar siempre vienen bien, porque allí dentro no hay mucho y vas a estar un buen rato. Y un consejo: ve a primera hora por la mañana si puedes, antes de que llegue la mayoría de la gente. Se disfruta mucho más la tranquilidad y el espacio. Ah, y aunque sea verano, en el interior de las tumbas hace fresco y húmedo, así que una chaqueta ligera no está de más.
Olya from the backstreets