¿Qué haces en el Museo al Aire Libre de Hakone? ¡Uf! Imagina salir del bullicio de Tokio, ese murmullo constante de la ciudad, y que de repente el aire se vuelva más fresco, nítido. Sientes el traqueteo suave del tren de montaña, un sonido que te arrulla, y luego el autobús que serpentea por curvas suaves. Al llegar, lo primero que te golpea no es una imagen, sino una sensación: la amplitud. Es como si el espacio se abriera de golpe, el viento juega un poco con tu cabello y, si es un día soleado, sientes la calidez del sol en tu piel. No hay paredes, no hay techos que te encierren; solo el cielo arriba y la tierra debajo. Es el tipo de lugar donde tus pulmones se llenan de aire puro de montaña.
Empiezas a caminar, y cada paso es diferente. A veces es el crujido suave de la grava bajo tus pies, otras la suavidad de la hierba recién cortada. A tu alrededor, sientes la presencia de formas, algunas tan altas que tienes que inclinar la cabeza hacia atrás para percibir su altura, otras tan redondas y lisas que dan ganas de tocarlas. Te acercas a una de ellas: es fría al tacto, metálica, con una curva perfecta que te hace pensar en un abrazo. Más adelante, percibes otras, grandes y angulosas, que proyectan sombras alargadas sobre el césped, y puedes sentir cómo la temperatura del aire cambia ligeramente al pasar cerca de ellas, como si crearan su propio microclima. Escuchas el suave susurro de las hojas de los árboles mezclándose con el eco lejano de alguna risa de niño.
Hay momentos donde la experiencia se vuelve muy íntima. Entras en una estructura, y el olor a madera antigua, a papel, te envuelve. Son los trabajos de Picasso, y aunque no los veas, puedes sentir la atmósfera de un estudio, la historia que cada pieza encierra. Luego, hay una torre, la "Escultura Sinfónica", y esto es algo que *tienes* que experimentar con todo tu cuerpo. Te invitan a subir por una escalera de caracol. Los escalones son firmes bajo tus pies, el pasamanos frío al tacto. A medida que subes, el sonido de tus propios pasos resuena, y el aire se siente diferente, más contenido. Arriba, el espacio se abre de golpe, y sientes el viento en tu cara, el sol en tu piel, y los sonidos del museo te llegan desde arriba, más suaves, más lejanos. Es como estar en la cima del mundo, pero a través de un caleidoscopio de luz. También hay una estructura de madera donde los niños (y los adultos con espíritu juguetón) pueden meterse en una red gigante. Escuchas las risas, sientes la elasticidad de la red bajo tu peso, el roce suave de las cuerdas en tu ropa, y el aire que se mueve alrededor mientras te balanceas.
Y justo cuando tus pies empiezan a cansarse de tanto explorar, hay un oasis. Es un pequeño estanque de agua termal natural para los pies. Te sientas, te quitas los zapatos y sientes el calor, un calor profundo y relajante, que sube desde tus tobillos. El agua tiene un olor ligeramente sulfuroso, terroso, y puedes sentir las pequeñas burbujas que suben. Es el momento perfecto para cerrar los ojos, sentir cómo la tensión se va de tu cuerpo y escuchar el suave chapoteo del agua y las conversaciones relajadas a tu alrededor. Es gratis y una bendición para los pies. Un pequeño consejo: lleva una toallita pequeña, te vendrá genial para secarte después.
Cuando te vas, la sensación es de una calma profunda. El ruido de la ciudad te parecerá lejano, casi olvidado. Dedícale al menos unas 2-3 horas, para que puedas caminar sin prisa, sentir cada rincón. Si puedes, ve por la mañana temprano, cuando la luz es suave y hay menos gente, así el espacio se siente aún más tuyo. Hay un par de cafeterías sencillas por si te da hambre, pero la verdadera comida es la experiencia.
Olya from the backstreets