¡Hola, viajeros! Hoy nos subimos a una aventura sobre raíles que os dejará sin aliento.
El Bernina Express no es solo un tren; es una ventana panorámica a un lienzo alpino en constante cambio. Desde Tirano, el ascenso es gradual, serpenteando por valles esmeralda donde los tejados de las aldeas parecen salpicaduras de caramelo. La ingeniería es tan protagonista como el paisaje; el Viaducto en espiral de Brusio, con sus arcos de piedra que se retuercen sobre sí mismos, es un ballet arquitectónico que desafía la gravedad. A medida que ganamos altitud, el verde da paso a la roca desnuda y, finalmente, a la inmaculada blancura de los glaciares eternos, destellando bajo un sol que se siente más cercano. El aire, incluso a través del cristal, transmite la pureza helada de los picos, mientras el tren se desliza suavemente, casi sin vibración, permitiendo una inmersión total en el silencio majestuoso de la montaña. Cada túnel es un breve respiro oscuro antes de la explosión de luz y color de un nuevo panorama, revelando lagos turquesa que reflejan el cielo como espejos pulidos o bosques de alerces que cambian de tonalidad con cada estación. Recuerdo claramente un instante particular: mientras el tren bordeaba el Lago Bianco, con su azul lechoso contrastando brutalmente con el verdor circundante, observé a una mujer mayor, sentada frente a mí. Tenía los ojos fijos en el paisaje, y una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla. No era tristeza, sino una emoción profunda, casi de gratitud, ante tanta magnificencia. En ese momento entendí que este viaje no es solo sobre vistas, sino sobre la capacidad de la naturaleza, potenciada por esta vía férrea, de tocar el alma y recordarnos nuestra pequeña, pero maravillosa, existencia en este planeta.
Así que, si buscáis una experiencia que os recargue el alma y os llene los ojos de maravilla, el Bernina Express os espera. ¡Hasta la próxima aventura, exploradores!