¡Hola, exploradores del mundo! Hoy quiero llevarte a un lugar que es pura magia en el corazón de Marrakech: la Madraza de Ben Youssef. No te lo voy a contar como una guía, sino como alguien que ha sentido su pulso, su silencio, su historia.
Imagina que dejas atrás el bullicio caótico de la medina. El olor a especias, a cuero, el griterío de los vendedores, todo eso se empieza a disipar. Das un paso a través de una puerta ancha, pero discreta, y de repente, el mundo exterior se apaga. Es como si una mano invisible bajara el volumen de golpe. Lo que sientes es un frescor inmediato, el aire es más denso, más tranquilo. Tus pies pisan un suelo liso, quizás algo desgastado por siglos de pisadas. Puedes sentir la altura de los muros a tu alrededor, la forma en que el sonido de tus propios pasos resuena, ya no ahogado por el tráfico, sino suavemente amplificado por la piedra. Es el primer aliento de paz, el presagio de algo verdaderamente especial.
Caminas unos pocos metros y, de repente, el espacio se abre ante ti. Es el patio central, el corazón de la madraza. Lo que te inunda es una sensación de inmensidad, pero también de profunda serenidad. Puedes sentir el frío pulido del mármol bajo tus pies, y si extiendes la mano, la textura rugosa del estuco tallado en las paredes. El aire aquí es más fresco, quizás con un ligero aroma a piedra vieja y a agua, por la fuente central que, si estás atento, escucharás burbujear suavemente. El sonido de tus pasos y el de otros visitantes se vuelve un eco, una melodía discreta que se mezcla con el murmullo del agua. Es un lugar para respirar hondo, para sentir la quietud que se ha conservado durante siglos.
Desde el patio, subes por unas escaleras de piedra. Siente cómo los peldaños, gastados en el centro, te hablan de innumerables pies que los han recorrido. Los pasillos son más estrechos, más íntimos. El techo, más bajo, te hace inclinar un poco la cabeza, recordándote la escala humana del lugar. Aquí, el aire puede sentirse un poco más denso, quizás con un leve olor a humedad y a madera antigua. Al asomarte por las pequeñas ventanas que dan al patio, puedes sentir la brisa que entra, llevando consigo el eco del agua de la fuente. Es aquí donde imaginas a los estudiantes, susurrando, estudiando, viviendo sus vidas. Cada pequeña celda es un portal a una historia personal, un espacio para la reflexión.
Si vas con la idea de capturar la esencia del lugar, te diría que el mejor spot para una foto es desde el centro del patio principal, mirando hacia la sala de oración. Desde ahí, capturas la simetría, la belleza del estuco, la madera de cedro y los azulejos zellige. También, las ventanas del segundo piso que dan al patio ofrecen una perspectiva preciosa, mostrando los patrones geométricos del suelo y la inmensidad del espacio. Para el mejor momento del día, sin duda, ve a primera hora de la mañana, justo cuando abren. La luz es suave y dorada, ideal para realzar los colores y las texturas sin sombras duras. Además, tendrás el lugar prácticamente para ti, lo que potencia esa sensación de paz y te permite sentir la madraza en su estado más puro, sin el bullicio de los grupos.
Olya from the backstreets.