¿Qué se *hace* en Neuschwanstein? Mira, no es solo "ver un castillo". Es una experiencia que te envuelve, desde que sales de Múnich. Imagina que el paisaje empieza a cambiar, las casas se espacian, y el aire, antes con el eco de la ciudad, se vuelve más fresco, con ese olor a pino que te dice que estás acercándote a las montañas. Puedes sentir el suave balanceo del tren o el autobús, un ritmo constante que te arrulla, mientras la anticipación crece en tu pecho. Luego, de repente, entre la niebla o el sol, lo sientes. Una silueta que se eleva, majestuosa y un poco irreal, como sacada de un sueño. Es la primera vez que lo percibes, y es como si la montaña misma te susurrara una historia.
Una vez que llegas a la base, con el centro de tickets zumbando de gente, tienes que decidir cómo subir. Si eliges caminar, sentirás el esfuerzo en tus piernas, el crujido de las hojas bajo tus pies, el olor a tierra húmeda y a los pinos que te rodean. Escucharás tu propia respiración a medida que el camino se inclina y, de vez en cuando, el canto de un pájaro o el murmullo de una conversación lejana. Si prefieres el autobús, sentirás el traqueteo y el suave empuje del motor mientras asciendes por una carretera estrecha, el viento en tu cara si abres la ventana, y la sensación de ir dejando el mundo atrás. Y si optas por el coche de caballos, escucharás el rítmico "clop-clop" de los cascos resonando en el camino, ese olor inconfundible a caballo y a heno, y el suave balanceo de la carroza que te transporta a otra época. Cualquiera que sea tu elección, estás subiendo, y cada paso, cada sonido, te acerca más a la magia.
Al llegar cerca del castillo, el aire se vuelve aún más nítido, y puedes sentir la inmensidad de las paredes de piedra antes incluso de tocarlas. El sonido de asombro de la gente a tu alrededor es casi palpable. Luego, te diriges al Marienbrücke. Es un puente de madera y metal que cruza una garganta profunda. Sentirás cómo el suelo vibra ligeramente bajo tus pies, y el eco del agua de la cascada que cae con fuerza debajo de ti. El viento puede soplar con más intensidad aquí, y la sensación de altura es innegable. Es un lugar donde el castillo se revela en toda su gloria, y aunque no lo veas, puedes *sentir* su forma, su grandeza, la forma en que domina el paisaje, y la brisa fría te recordará dónde estás.
Una vez dentro, el ambiente cambia drásticamente. Las puertas de madera maciza se cierran detrás de ti, y el eco de los pasos y las voces resuena en los pasillos de piedra fría. Puedes sentir la antigüedad del lugar, la historia que impregna cada rincón. La voz del guía es suave pero firme, y te guía a través de las diferentes salas. Puedes imaginar la textura de los ricos tapices, el brillo pulido de la madera, la frialdad de las paredes de piedra. Cada sala tiene su propia sensación térmica, su propio eco. No se permiten fotos, así que tus sentidos son tu única cámara. Es una experiencia inmersiva, donde te conviertes en parte de la historia que te están contando.
Al salir del castillo, sientes un contraste. El aire exterior, la luz, el zumbido de la vida. El descenso te da una perspectiva diferente, y puedes sentir el cansancio en tus piernas, pero también una sensación de haber vivido algo extraordinario. Abajo, en el pueblo, el ambiente es más relajado. El olor a comida bávara, a salchichas y pretzels calientes, te invita a detenerte. Puedes sentir la calidez de un café, el sabor de una cerveza local. Si buscas un souvenir, el tacto de la cerámica, la suavidad de un textil, o el sonido de un pequeño adorno al chocar, te recordarán tu visita. Es una forma de llevarte un pedacito de ese sueño de vuelta a casa.
Léa de las montañas