¡Hola, curiosos del mundo!
En el corazón vibrante de Catania, bajo el pulso de la ciudad moderna, se esconde un portal al pasado: el Parco Archeologico Greco-Romano. Al descender por las escalinatas que conducen al anfiteatro romano, la temperatura desciende y el murmullo urbano se atenúa, reemplazado por un silencio cargado de historia. Las gradas de piedra volcánica, pulidas por siglos de pisadas y lluvias, narran historias de gladiadores y multitudes. No es solo un conjunto de ruinas; es un esqueleto imponente que respira bajo el asfalto actual, sus arcos y pasillos subterráneos revelando la magnitud de una ingeniería ancestral. La luz se filtra de forma dramática entre las aberturas, proyectando sombras alargadas que danzan sobre los restos de columnas y muros. Aquí, el pasado no está enterrado, sino entrelazado con el presente, con edificios modernos elevándose justo por encima de las antiguas estructuras, creando una yuxtaposición fascinante.
Pero hay un detalle que pocos notan, una esencia que susurra más allá de lo visible. Si te detienes, cierras los ojos y respiras hondo en uno de los pasadizos más frescos del anfiteatro, percibirás el aroma inconfundible de la piedra volcánica húmeda, un mineral terroso y fresco. Es el aliento mismo de la tierra que ha custodiado estas ruinas durante milenios. Y si agudizas el olfato, a veces, una brisa caprichosa trae consigo un leve rastro de azahar o cítricos, un eco sutil de los jardines y mercados que prosperan en la superficie, mezclando el aroma del tiempo con el pulso vital de la Catania de hoy.
¿Y vosotros, qué secretos habéis olido o sentido en vuestros viajes? ¡Contadme en los comentarios y hasta la próxima aventura!