¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar donde el tiempo parece detenerse y el viento te susurra historias: el Mt. Soledad National Veterans Memorial en San Diego.
Imagina que subes, paso a paso, y de repente, el aire cambia. Sientes cómo la brisa, que viene directamente del Pacífico, te envuelve, fresca y constante. Puedes sentir el sol cálido en tu piel, pero la brisa te da un respiro suave, casi como un abrazo. A tu alrededor, el espacio se abre, vasto, inmenso. No hay paredes, solo la inmensidad del cielo azul sobre ti y la promesa de un horizonte infinito. Sientes la tierra bajo tus pies, firme, estable, invitándote a quedarte, a absorberlo todo.
A medida que te acercas al corazón del memorial, la quietud es casi palpable. El viento sigue ahí, claro, pero su sonido es diferente. Ya no es solo una brisa; es un susurro constante que parece llevar consigo las voces de la historia. Si te concentras, puedes escuchar un leve zumbido distante de la ciudad abajo, un contrapunto suave a la solemnidad del lugar. Tus manos pueden sentir la aspereza del granito de las placas conmemorativas, cálidas por el sol, cada una contando una vida, un sacrificio. Es un lugar para sentir, más que para ver, un peso en el pecho, un respeto profundo que se te mete en los huesos.
Y aquí viene el pequeño secreto que pocos notan: huele el aire. No es solo el aroma salado del océano. Hay una mezcla sutil, casi imperceptible, de tierra seca y algo parecido a romero silvestre o lavanda que la brisa arrastra desde las laderas circundantes. Es un aroma terroso, cálido, que se mezcla con el toque salino del mar. Y presta atención al sonido del viento cuando choca contra la enorme cruz de la cumbre y las astas de las banderas; no es solo un silbido, es un lamento profundo y resonante, casi una canción, que te envuelve y te conecta con la solemnidad del lugar de una manera única. Es un sonido que no está en las guías, pero que se te queda grabado.
Para llegar, lo más práctico es ir en coche. Hay un aparcamiento gratuito justo en la cima, lo que facilita mucho el acceso. Las sendas alrededor del memorial son todas pavimentadas y planas, así que es muy cómodo para moverse, incluso si usas silla de ruedas o tienes dificultades para caminar. No hay escaleras, solo rampas suaves. Te recomiendo ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde; la luz es preciosa y la afluencia de gente es menor, lo que te permite sentir la tranquilidad del lugar con más intensidad.
No olvides llevar una botella de agua, especialmente si vas en un día soleado; aunque la brisa refresca, el sol puede pegar fuerte. Un sombrero y protector solar también son buena idea. El memorial es un lugar para la reflexión, así que ve con la mente abierta y el corazón dispuesto a sentir. No hay tiendas ni cafeterías, así que si planeas quedarte un rato, ve preparado. Si te apetece explorar un poco más después, el encantador pueblo de La Jolla está muy cerca, con sus playas y tiendas.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets