Cierra los ojos un momento e imagina. El viento, ese compañero constante, te acaricia la cara con una frescura que trae consigo el aroma a madera antigua y, sorprendentemente, un dulzor tenue, casi a cacao. Escuchas el suave crepitar de las tablas bajo tus pies mientras caminas por senderos de madera que se elevan ligeramente sobre el agua. A lo lejos, un sonido rítmico y grave, un *clack-clack-clack* que es el pulso de este lugar. No es solo un sonido, es una vibración que se transmite por el aire, una invitación a sentir la vida que una vez bulló aquí.
Para llegar, no te compliques. Desde Ámsterdam Centraal, un tren a Zaandam es tu mejor aliado. Es un viaje corto, de apenas quince minutos, y una vez allí, una caminata agradable de unos quince minutos más te lleva directo al corazón de Zaanse Schans. Si prefieres, hay autobuses locales que te dejan justo en la entrada. Mi consejo: intenta llegar temprano por la mañana, antes de que las masas de turistas inunden los puentes. La tranquilidad de las primeras horas te permitirá sentir cada ráfaga de viento y cada sonido con mucha más intensidad.
A medida que te acercas a los molinos, la vibración en el aire se hace más fuerte. Algunos de ellos giran majestuosamente, y puedes sentir el aire desplazarse a tu alrededor con una fuerza sorprendente. Imagina meter la mano en el chorro de aire que expulsan sus aspas, como si el viento mismo fuera un material tangible. Si te aventuras dentro de uno, sentirás el temblor de la estructura de madera, el crujido de los engranajes y un aroma a aceite y trabajo. Es una sensación de estar dentro de una máquina viva, pulsante, que ha trabajado sin descanso durante siglos.
Mi abuelo, que era de por aquí, solía decir que Zaanse Schans no era solo un pueblo de molinos, sino el corazón que hizo latir a Holanda. Contaba que cuando era niño, su abuela le hablaba de cómo los molinos de aquí no solo molían grano, sino que aserraban la madera con la que se construyeron miles de barcos. Barcos que navegaron por todo el mundo, trayendo especias y conocimientos. Decía que cada tabla de un barco holandés, cada carga de pigmento para los pintores, cada gota de aceite para las lámparas, tenía el viento de Zaanse Schans en su historia. No eran solo molinos, eran fábricas que funcionaban con la fuerza de la naturaleza, y sin ellos, la edad de oro holandesa no habría sido lo mismo.
Cuando te adentres en las pequeñas tiendas y talleres, no te olvides de probar el queso. La textura es firme, pero se deshace en la boca, dejando un sabor cremoso y ligeramente salado que te recordará a la leche fresca. Y el chocolate, ah, el chocolate. El aire se impregna de un aroma dulce y tostado que te envuelve. Es espeso, rico, y se derrite lentamente, dejando una sensación cálida y reconfortante. No es solo un capricho, es una parte esencial de la historia industrial de la zona, que también tuvo sus molinos de cacao.
Imagina la textura de la madera pulida de un zueco en tus manos, lisa y fresca al tacto, pero sorprendentemente ligera. Escucha el suave "clop-clop" que hacen al caminar sobre el suelo de madera. Si te animas a probarte un par, sentirás cómo el pie se adapta a la forma, y te darás cuenta de que, más allá de ser un souvenir, eran (y son) un calzado práctico y resistente para el campo. El sonido de las cencerros de las ovejas pastando en los prados cercanos, el graznido de los patos en el agua; todo contribuye a una sinfonía rural que te transporta a otra época.
Para aprovechar al máximo tu visita, considera comprar la Zaanse Schans Card. Te da acceso a la mayoría de los museos y molinos, lo cual puede ahorrarte dinero si planeas entrar a varios. Calcula al menos medio día para explorar sin prisas, y lleva calzado cómodo, ya que caminarás bastante. Si el tiempo está revuelto, un buen chubasquero y un paraguas son tus mejores amigos; el viento holandés no perdona. Y no te olvides de llevar tu cámara, aunque te aseguro que las sensaciones que te llevarás serán mucho más vívidas que cualquier foto.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets.