Imagina que el aire salado de Chipre te envuelve, fresco y con un ligero toque a minerales, incluso antes de que tus pies pisen la arena. Llegas a la Roca de Afrodita por una carretera que desciende suavemente, y desde el coche ya percibes la inmensidad del horizonte. El sonido del tráfico de la carretera E603 queda atrás, y poco a poco, lo que toma el protagonismo es el murmullo de las olas, un sonido constante que te guía, como un latido lejano del mar. Es un lugar abierto, amplio, donde la brisa marina te acaricia la piel.
Desde el aparcamiento, para llegar a la playa principal y a las famosas rocas, hay un túnel peatonal que pasa por debajo de la carretera. Es un pasaje subterráneo, fresco y con una superficie de asfalto liso que resuena un poco con tus pasos. Es corto, quizás unos veinte metros, y te lleva directamente al otro lado, donde el aire se vuelve más denso, más cargado de salitre, y el sonido de las olas, que antes era un murmullo, ahora se convierte en un eco potente, como si el mar te estuviera dando la bienvenida.
Al salir del túnel, tus pies notarán inmediatamente el cambio: una playa de guijarros. Cada paso es un masaje, las piedras son redondas y suaves, pero a veces resbaladizas, así que camina con calma. El sonido que producen bajo tus pies es un susurro seco, como el de muchas conchas chocando suavemente. A tu derecha, sientes la presencia imponente de las grandes rocas oscuras, la más grande de ellas, la Roca de Afrodita, se alza majestuosa en el agua, y las olas rompen contra ella con un estruendo rítmico, enviando pequeñas salpicaduras que, si te acercas, sentirás en tu cara. El agua está increíblemente clara, y si metes los pies, sentirás el frío revitalizante que te sube por las piernas.
Si piensas meterte al agua o explorar las rocas, te aconsejo llevar cangrejeras o escarpines. Las piedras en el agua pueden ser traicioneras y el fondo desciende bastante rápido. No hay socorristas, así que ten precaución al nadar, especialmente si el mar está un poco revuelto. Las mejores horas para ir son a primera hora de la mañana o al atardecer, cuando hay menos gente y el sol no aprieta tanto.
Si te aventuras un poco hacia la derecha (mirando al mar), la playa se hace más angosta, los guijarros son un poco más grandes y el sonido de las olas parece más íntimo, menos disperso. Podrás sentir cómo la orilla se curva, y el espacio se vuelve más recogido, casi como una pequeña cala privada. Aquí, el viento a menudo trae consigo el olor de la vegetación seca que crece en los acantilados cercanos, mezclándose con el aroma del mar. Es un lugar perfecto para sentarse y simplemente escuchar, sintiendo las vibraciones de cada ola en la tierra.
El aparcamiento es amplio y gratuito, pero en verano se llena bastante, así que a veces hay que andar un poco más desde el coche. Hay baños cerca del aparcamiento, son básicos pero funcionales. No esperes duchas ni vestuarios. La zona es accesible para sillas de ruedas hasta el túnel, pero una vez en la playa de guijarros, la movilidad se complica bastante debido a las piedras sueltas.
Olya de las callejuelas