Los senderos del Museo Nejjarine, mayormente estrechos, son de losa pulida y madera oscura. Escalinatas de madera, algunas empinadas, conectan los distintos niveles del riad. El trazado obliga a un recorrido secuencial, ascendiendo piso a piso. Las superficies variadas y los cambios de nivel acentúan la arquitectura histórica del edificio.

Las mañanas tempranas o las tardes tardías de otoño ofrecen un aire fresco y ligeramente perfumado a cedro. El silencio solo se rompe por el suave crujir de las maderas y el murmullo respetuoso de los visitantes. La luz tenue de las celosías crea un ambiente contemplativo, donde las multitudes son escasas y reflexivas. Es en estos momentos cuando la artesanía ancestral respira con mayor solemnidad y el espacio invita a la introspección.

¡Hola, exploradores del mundo! Hoy os llevo a un rincón de Fez donde la madera cobra vida.

El Museo Nejjarine, ubicado en un antiguo *fondouk* del siglo XVIII, te envuelve desde el primer paso. Su patio central, un oasis de silencio, revela la majestuosidad de la artesanía marroquí: techos de cedro intrincadamente tallados que capturan la luz de forma mágica, y azulejos *zellige* que narran historias geométricas. Al adentrarte en sus salas, el aire se impregna con el dulce aroma de la madera añeja, una fragancia que evoca siglos de dedicación. Aquí no solo se exhiben objetos, sino el alma de un oficio: puertas monumentales, cofres de marquetería que parecen joyas, herramientas ancestrales que susurran el esfuerzo de manos expertas. Cada pieza es un testimonio de la paciencia y la precisión que definen la carpintería marroquí, un viaje sensorial que culmina en su terraza, ofreciendo vistas panorámicas sobre los tejados laberínticos de la medina.

Recuerdo haberme detenido frente a una vitrina que contenía un modesto panel tallado. No era el más ostentoso, pero la profundidad del relieve, la forma en que la luz jugaba con las vetas de la madera, me hizo sentir la presencia del artesano. Pude casi ver sus manos, trabajando pacientemente, transmitiendo no solo una técnica, sino una herencia. Es en esos detalles, en esa conexión silenciosa con el pasado y el saber hacer, donde el Nejjarine revela su verdadero valor: no solo preserva objetos, sino la memoria viva de un arte que sigue inspirando.

¡Hasta la próxima aventura, viajeros! Seguid descubriendo las maravillas ocultas del mundo.

El patio central invita a fotografiar la intrincada carpintería de cedro y la fuente. La luz matinal suave resalta los detalles del zellige sin crear sombras duras. La terraza de la azotea ofrece panorámicas de la Medina, con Bab Bou Jeloud destacando. El atardecer baña los tejados en tonos dorados, añadiendo dramatismo a la vista.

El edificio en sí, un antiguo *funduq*, es la verdadera obra maestra del Museo Nejjarine. La exposición de objetos de madera, aunque interesante, es algo limitada y carece de contexto profundo. La sorpresa mayor reside en su azotea, un café con vistas inmejorables sobre la Medina.

Alquilar sillas de ruedas o scooters cerca del Museo Nejjarine es complejo; no existen tiendas de alquiler dedicadas en la Medina. Tu mejor opción es preguntar en farmacias grandes o contactar con tu hotel, que a veces disponen de una para préstamo. No es un servicio turístico estándar, por lo que la disponibilidad es limitada. Si la consigues, espera un depósito y una tarifa diaria a negociar, ya que los precios no son fijos.

Observas tallas intrincadas y patrones geométricos en maderas centenarias, notando la maestría de los artesanos. Recorres los patios restaurados del antiguo funduq, subiendo escaleras de madera que crujen bajo tus pies. Descubres herramientas tradicionales y el proceso de ebanistería marroquí a través de exposiciones claras. Desde la terraza de la azotea, disfrutas de una vista panorámica de los tejados de la medina.

¡Hola, exploradores!

En el corazón palpitante de la Medina de Fez, el Museo Nejjarine de Artes y Oficios de la Madera no es solo un edificio; es un portal a la maestría artesanal marroquí. Este antiguo *funduq* o caravasar se alza majestuoso, con su fachada de cedro tallado y azulejos *zellige* que narran historias silenciosas. Al cruzar su umbral, el bullicio exterior se disuelve, reemplazado por la quietud de un patio central donde el suave chapoteo de la fuente de mármol es la única melodía. Cada sala es un tesoro, exhibiendo piezas de madera intrincadamente labradas: puertas monumentales, cofres con incrustaciones, herramientas ancestrales y celosías que filtran la luz en patrones danzantes. Observar los detalles en cada veta, cada arabesco, es comprender la paciencia y devoción de generaciones de artesanos. Pocos reparan en el sutil, casi imperceptible, aroma a cedro añejo que impregna las galerías superiores; no es el olor fresco del taller, sino una fragancia dulce y resinosa que la madera ha liberado durante siglos, una esencia de historia que se respira. Las escaleras de madera crujen suavemente bajo los pies, un sonido que te conecta directamente con el pasado. Aquí, la madera no es solo material, es alma.

¡Hasta la próxima aventura!

Vigile los escalones desgastados y superficies irregulares; use calzado antideslizante. En la concurrida plaza Nejjarine, proteja sus pertenencias de posibles carteristas. Mantenga bolsos frontales y evite exhibir objetos de valor. La vigilancia constante de su entorno es esencial para una visita segura.

El Museo Nejjarine no es un destino principal para la observación de aves. A lo sumo, en la plaza exterior o tejados cercanos se oirán gorriones y palomas, o vencejos en vuelo. No ofrece rincones tranquilos dedicados a la avifauna; su enfoque es la artesanía de madera. Cualquier avistamiento sería incidental, sin un momento óptimo específico ligado a la visita al museo.