¡Hola, explorador! Si alguna vez te encuentras en Bucarest y quieres sentir un pedacito de historia y música, el Museo Nacional George Enescu, en el Palacio Cantacuzino, es una parada obligada. No es solo un edificio, es un viaje.
Imagina esto: llegas a una calle arbolada, el bullicio de la ciudad empieza a desvanecerse. Tus pies pisan el asfalto, luego la acera, y de repente, una mole de piedra se alza frente a ti. Es el Palacio Cantacuzino. Sientes la brisa suave, tal vez el olor a tierra mojada si ha llovido, o el dulce aroma de las flores del jardín en verano. La fachada es imponente, llena de detalles, como si cada columna y cada balcón te contara una historia centenaria. No hay prisas aquí. Tómate un momento para respirar profundo, para dejar que la magnitud del lugar te envuelva antes de dar el primer paso hacia su interior.
Una vez que cruzas el umbral, el aire cambia. Se vuelve más fresco, más silencioso. El eco de tus propios pasos resuena suavemente en el gran vestíbulo. Y ahí está, justo frente a ti, la joya de la corona: la gran escalera de mármol. Sientes la frialdad de la piedra bajo tus dedos si la tocas, la suavidad del pasamanos. Cada peldaño que subes te eleva, no solo físicamente, sino en el tiempo. Escucha el crujido lejano de la madera en algún punto del palacio, el susurro de otros visitantes, o quizás solo el latido de tu propio corazón. Es el comienzo de tu recorrido, subiendo directamente por esta majestuosa escalera hasta el primer piso, donde la historia de Enescu te espera.
Al llegar arriba, te encontrarás con las primeras salas dedicadas a la vida temprana de George Enescu. Son espacios más íntimos, donde el silencio parece guardar los secretos de su niñez. Puedes casi sentir la presencia de un niño prodigio tocando el violín, los primeros acordes llenando estas habitaciones. Mira los instrumentos antiguos, los pequeños violines que sostenía en sus manos. Imagina la textura de la madera, el brillo de las cuerdas, el roce del arco. La atmósfera aquí es de asombro y de respeto por el inicio de un genio. No te apresures, deja que la quietud de estas salas te conecte con el origen de su pasión.
Desde estas salas más pequeñas, te guiarás naturalmente hacia el majestuoso Salón de Conciertos o Salón de Baile. Es un espacio que te dejará sin aliento. Siente la amplitud de la sala, el eco de tus pasos se amplifica. Imagina los vestidos de gala deslizándose por el suelo pulido, la música llenando cada rincón, las risas y las conversaciones. Si cierras los ojos, casi puedes escuchar la resonancia de una orquesta, la melodía de un violín, la voz de una soprano. Es un lugar para sentir la grandiosidad de la música y la vida social de la época. Quédate un momento en el centro, gira lentamente y deja que la arquitectura te envuelva.
Continuando tu ruta, pasarás por salas que exhiben objetos más personales de Enescu: sus gafas, cartas, manuscritos, partituras. Aquí la escala es más humana, más cercana. Siente la curiosidad de ver un objeto tan íntimo como sus gafas; te conectan directamente con el hombre, no solo con el músico. Imagina el roce de su pluma sobre el papel, el sonido de las hojas al pasar, el tacto de las teclas de su piano. Cada objeto cuenta una historia silenciosa, una parte de su día a día, de su proceso creativo. Es en estos detalles donde realmente sientes la esencia de George Enescu.
Ahora, algunos consejos prácticos, como si te los enviara por WhatsApp. Para las entradas, cómpralas en la taquilla al llegar, es sencillo. El museo no es gigantesco, así que puedes recorrerlo cómodamente en una hora y media o dos. ¿Qué saltar o dónde ir más rápido? Sinceramente, el museo es bastante cohesivo, pero si el tiempo es oro, puedes pasar menos tiempo en las vitrinas con documentos históricos muy detallados o correspondencia que no te resulte tan personal. Concéntrate en los instrumentos, los objetos personales y las grandes salas. ¿Qué guardar para el final? Después de las salas más íntimas, te recomiendo salir al pequeño patio interior o jardín si el clima lo permite. Es un espacio tranquilo para sentarse un momento, respirar aire fresco y digerir todo lo que has visto y sentido. Es un cierre perfecto para una visita tan sensorial. El museo no tiene cafetería, así que planifica tu café para después. La mejor hora para ir es a primera hora de la mañana o a última de la tarde para evitar grupos grandes.
¡Espero que lo disfrutes tanto como yo!
Olya from the backstreets.