Me preguntaste qué se hace en el Muzeul Satului en Bucarest, y te juro que no es solo "ver casas viejas". Imagínate que acabas de salir del bullicio de la ciudad, con el ruido de los coches aún en tus oídos. De repente, el aire cambia. Se vuelve más denso, con ese olor a tierra mojada después de la lluvia o a madera antigua calentada por el sol. Tus pies dejan el asfalto y se hunden un poco en un sendero de grava fina. Escuchas el murmullo de las hojas en los árboles viejos y, quizás, el canto distante de un pájaro. Es como si el tiempo mismo se hubiera estirado y ralentizado.
Caminas por esos senderos irregulares, y cada pocos pasos, sientes el cambio de textura bajo tus zapatos: a veces grava, otras veces tierra compacta, y de repente, el fresco de la hierba. Tu mano roza la madera gastada de una valla, rugosa y cálida por el sol. Luego, te acercas a una casa, y si estiras la mano, puedes tocar las paredes de barro y paja, que se sienten sorprendentemente frescas y sólidas, o la paja del tejado, áspera y densa. Escuchas el crujido de tu propio paso en el umbral de madera cuando entras en una de las viviendas, y el aire dentro es más fresco, con un leve aroma a leña o a tela antigua, como si alguien acabara de salir.
Mientras paseas, escucha. A veces, oirás el eco de tus propios pasos en un patio vacío, otras veces, el zumbido de una abeja cerca de un rosal, o el lejano tintineo de una campana de oveja. Si tienes suerte, quizás el suave chasquido de un telar manual o el parloteo de voces en rumano, no de turistas, sino de artesanos trabajando. Puedes sentarte en un banco de madera bajo un árbol frondoso y sentir la brisa suave en tu piel, mientras el sol se filtra entre las hojas, creando patrones de luz y sombra que bailan a tu alrededor. Permítete simplemente *estar* allí, absorber la quietud y el ritmo pausado.
Para llegar, lo más fácil es tomar el metro hasta la estación Aviatorilor y caminar un poco, o coger un autobús que te deje justo en la entrada. Lo mejor es ir a primera hora de la mañana, entre semana si puedes, para tener el lugar casi para ti solo antes de que llegue más gente. Lleva calzado cómodo, porque vas a caminar mucho por diferentes terrenos. Dentro hay algunos puestecitos donde venden agua o algún snack, y a veces artesanos con comida local, pero si quieres comer algo más, planea llevar un picnic. No hay muchos restaurantes grandes dentro, así que piensa en algo ligero que puedas llevar contigo.
Y no te vayas sin al menos sentarte un momento. Hay bancos de madera, escalones de piedra en las entradas de las casas, o simplemente un trozo de césped bajo un árbol. Cierra los ojos. Siente el sol en tu cara, el viento en tu pelo. Escucha el silencio roto solo por los sonidos naturales del lugar. Es ahí, en esa quietud, donde realmente "haces" algo: te conectas con una parte de Rumanía que es profunda y auténtica. Cuando sales, la ciudad te abraza de nuevo, pero te llevas contigo la sensación de ese tiempo suspendido, de la vida más simple y la conexión con la tierra.
Léa en la ruta