¡Hola, exploradores! Hoy os llevo a un lugar donde la historia se siente en cada rincón.
Al acercarse a la Round House de Fremantle, el aire salado ya te envuelve, trayendo consigo el susurro constante del Índico, un sonido grave que se mezcla con el silbido del viento al colarse por las rendijas de la antigua prisión. Los pasos resuenan de forma diferente aquí, sobre un suelo que alterna la aspereza del adoquín con la suavidad pulida por siglos de pisadas. La mano busca la pared de piedra, fría y rugosa al tacto, con la memoria de siglos incrustada. Hay un olor terroso y húmedo, a roca antigua, que se intensifica al entrar en el patio circular. El eco de una conversación lejana se amplifica, y el grito ocasional de una gaviota parece rebotar en las paredes macizas, creando una resonancia peculiar. Dentro, el aire se vuelve más denso, casi estancado, con un leve regusto a moho y encierro. Cada paso resuena con más fuerza, marcando un ritmo lento y deliberado que invita a la reflexión. El viento, antes un silbido, ahora es un lamento ahogado que se cuela por las pequeñas aberturas, recordándote la inmensidad del exterior. La textura del hierro oxidado en lo que fueron celdas, frío y áspero, contrasta con la piedra, añadiendo otra capa a la historia que se respira. Al salir, el olfato vuelve a captar la salinidad del mar, purificando el ambiente, mientras el sonido de las olas se vuelve más claro y constante, un pulso rítmico que ha acompañado a este lugar desde siempre.
¡Nos leemos en el siguiente destino!