*What do you actually *do* there?* Esa es la pregunta del millón, ¿verdad? No es solo "ver un templo". Es una experiencia que te abraza desde el momento en que te acercas. Imagina que el autobús se detiene y la puerta se abre, y lo primero que te golpea no es el calor, sino el silencio. Un silencio vasto y antiguo, solo roto por el crujido de la arena bajo tus pies y el zumbido lejano de algún motor. Levantas la vista y, aunque no lo veas, lo sientes: una pared de roca caliza, imponente, que se eleva hacia un cielo tan azul que casi duele. Y ahí, incrustado, como tallado por la propia montaña, está él. Sientes la inmensidad del espacio abierto, el aire seco y caliente que te envuelve, y una anticipación que te eriza la piel. Es enorme, más allá de lo que puedes imaginar, escalonado y blanco contra el ocre de la montaña.
Caminas por una pasarela de arena compacta, tus pasos se sienten amortiguados. El sol, aunque alto, se siente diferente aquí, como si el propio desierto lo absorbiera. A medida que te acercas, la escala de las cosas se vuelve abrumadora. Las paredes lisas y la forma geométrica del templo contrastan con la aspereza de la montaña detrás. No hay una puerta obvia, sino una rampa ancha y suave que se eleva gradualmente. Sientes la ligera inclinación bajo tus pies mientras asciendes, la piedra pulida por siglos de pisadas. A cada paso, el templo parece crecer, sus terrazas se despliegan ante ti. El aire se vuelve un poco más fresco a medida que te adentras en el primer patio abierto, las sombras de los pilares ofrecen un breve respiro. Escuchas el eco de tus propios pasos y, quizás, el murmullo de otras voces que resuenan suavemente en el espacio abierto.
Una vez dentro de las galerías, la temperatura baja un poco más, y un olor a piedra antigua, a polvo y a tiempo, te envuelve. Tus dedos rozan las paredes, sintiendo la textura de la piedra arenisca, lisa en algunas partes, áspera donde el tiempo y las manos han dejado su marca. Puedes sentir las incisiones de los jeroglíficos, la profundidad de los relieves que cuentan historias de dioses, de viajes lejanos y de la propia Hatshepsut. Es como si pudieras trazar con tus dedos la procesión de barcos, las ofrendas, los rostros. La luz entra de forma tenue por las aberturas, creando un juego de luces y sombras que da vida a las figuras. A veces, te encuentras en una sala más pequeña, más íntima, donde el silencio es casi absoluto, y puedes sentir la presencia de milenios de historia a tu alrededor. Es un lugar para sentir, no solo para mirar.
Para no asarte, llega al amanecer o justo antes del atardecer. La diferencia de temperatura es brutal. Lleva gorra o sombrero, gafas de sol y, por favor, muchísima agua. No hay sombra apenas hasta que estás dentro del templo. Un calzado cómodo es clave, vas a caminar sobre arena y piedra irregular. Y un consejo extra: si vas con guía, pídele que te señale los detalles menos obvios de los relieves, hay historias fascinantes escondidas que a simple vista se te pueden pasar.
Cuando finalmente te alejas, descendiendo las mismas rampas, el sol puede estar aún más bajo, tiñiendo las montañas de tonos dorados y rosados. Giras la cabeza una última vez y el templo, aunque ya lo hayas recorrido, te parece aún más majestuoso. Sientes el cansancio en los músculos, la piel ligeramente tirante por el sol, pero tu mente está llena de imágenes y sensaciones. Es una conexión palpable con una civilización que se atrevió a construir algo tan audaz en medio de la nada. Te llevas no solo fotos, sino la sensación de haber caminado por un lugar donde el tiempo se detuvo, donde el pasado es tan real como el aire que respiras. Es la huella de una reina poderosa, y tú has estado allí, sintiéndola.
Un abrazo desde la carretera,
Olya de las callejuelas