Acabo de volver de Nashville y, amigo, tengo que contarte sobre el Riverfront Park. Es uno de esos lugares que te envuelven, ¿sabes? Imagina que el sol te acaricia la cara, no quema, solo te calienta suavemente. Sientes el aire fresco que viene del río Cumberland, un aire que huele a tierra húmeda y, si te fijas bien, a veces a la promesa de un concierto cercano. Caminas por el paseo, y bajo tus pies, el hormigón tiene una textura lisa, pero puedes sentir las vibraciones de la ciudad que late a tu alrededor. Si cierras los ojos, escuchas el suave murmullo del río, casi como una respiración constante, mezclado con el lejano eco de la música country que se filtra desde algún bar cercano. Es un sonido que te envuelve, te invita a relajarte y simplemente ser.
De repente, un bote de remos pasa, y puedes casi sentir el ligero chapoteo del agua, una onda que viaja hasta la orilla. Si extiendes la mano, casi podrías tocar la historia que fluye por ese río. Los puentes de hierro, majestuosos, se alzan sobre ti, y si colocas la mano en uno de sus pilares, sientes la frialdad del metal, pero también la robustez, la permanencia. Es un contraste fascinante: la fluidez del agua y la solidez de la estructura humana. Puedes sentarte en uno de los bancos de madera, gastados por el tiempo, y sentir la calidez residual del sol. Si te concentras, el aire te trae el aroma de palomitas de maíz de algún vendedor ambulante o el dulzor de un helado, mezclándose con el olor a césped recién cortado de las zonas verdes cercanas. Es una sinfonía para los sentidos, un lugar donde cada detalle tiene su propia voz.
Ahora, hablando de lo que me sorprendió y lo que no funcionó tan bien... Prepárate para la gente. Especialmente los fines de semana o cuando hay algún evento, el parque puede sentirse como un río de personas, no solo de agua. A veces, te encuentras con la dificultad de querer un momento de paz y que sea difícil de conseguir entre el bullicio. La sorpresa fue encontrar pequeños rincones, un poco apartados del paseo principal, donde el ruido disminuye y puedes sentir una burbuja de tranquilidad. No son obvios, tienes que buscarlos, casi como si el parque te invitara a un juego de escondite. En esos puntos, el eco de la ciudad se apaga un poco y solo te queda el sonido del río y el viento.
Si la multitud te agobia, mi consejo es ir temprano por la mañana. Te prometo que la luz del amanecer sobre el río es mágica, y tendrás el parque casi para ti solo. La accesibilidad general es buena para sillas de ruedas o cochecitos, los caminos son anchos y planos. Pero si buscas esos rincones escondidos de los que te hablaba, algunos pueden tener un poco de desnivel o ser de césped, así que tenlo en cuenta. Otra cosa que no funcionó del todo fue la falta de sombra en algunas secciones del paseo central a mediodía. El sol puede pegar fuerte, y si eres de los que se queman fácil, un sombrero o protector solar no son un lujo, son una necesidad absoluta. No hay mucha protección natural, así que planifica tu visita en consecuencia.
En resumen, Riverfront Park es un lugar que tienes que vivir. No es perfecto, tiene sus cosas, como cualquier lugar real, pero las sensaciones que te ofrece, la conexión con el río y la vibración de Nashville, lo hacen inolvidable. Es un lugar para pasear sin prisas, para observar a la gente, para sentir el pulso de la ciudad. Si vas, no esperes un jardín zen, espera un parque vibrante, con sus ruidos y su gente, pero con momentos de pura magia si sabes buscarlos. Definitivamente, un sitio al que volvería.
Olya de las callejuelas