Imagina que llegas a una plaza… no es una plaza cualquiera. Aquí, el aire se siente diferente. No hay bancos para sentarse, sino sillas. Sillas de metal, vacías, gigantes. Cuando tus pies tocan el adoquín, ¿sientes ese eco? Es como si cada paso resonara la ausencia. Extiende tu mano, toca el frío de una de esas sillas. ¿Sientes la textura rugosa del metal? No es un frío cualquiera, es un frío que cuenta historias.
Cada una de esas sillas vacías es un silencio. No están aquí para que te sientes, sino para que sientas. Son el eco palpable de miles de vidas que fueron arrancadas de este mismo lugar. Cierra los ojos por un momento. ¿Escuchas el viento susurrando entre los respaldos? Es un murmullo que trae consigo los nombres, las risas, los miedos de quienes vivieron aquí, en el gueto. Siente cómo te rodea esa quietud abrumadora, el peso de la historia sobre tus hombros, un nudo en la garganta que no puedes explicar.
Si fueras conmigo, te diría que empecemos por la esquina más cercana al puente Grunwaldzki, o si vienes en tranvía, justo al bajar en la parada 'Plac Bohaterów Getta'. Desde ahí, la plaza se abre ante ti, vasta, y las sillas empiezan a emerger, una tras otra, como un ejército silencioso. No hay un camino marcado, pero te sugiero que te dejes llevar por la curiosidad, zigzagueando entre ellas. Así, cada silla te sorprende, cada espacio vacío te invita a detenerte. Mira, o mejor dicho, siente, el edificio imponente de la Farmacia del Águila (Apteka Pod Orłem) a tu derecha; su fachada de piedra, testigo mudo de todo.
Esa farmacia, la Apteka Pod Orłem, no es solo un edificio; es una cápsula del tiempo. Aquí, un hombre increíble, Tadeusz Pankiewicz, arriesgó todo para ayudar. Imagina el bullicio silencioso de la desesperación, la esperanza susurrada en sus pasillos. Si te acercas, ¿puedes casi oler el desinfectante mezclado con el miedo y la valentía? Después de un tiempo ahí, te llevaría a unos cinco minutos andando, justo doblando la esquina de la calle Lwowska. Allí, puedes tocar un fragmento original del Muro del Gueto. Siente la aspereza de los ladrillos, la frialdad de la piedra. Es un contacto directo con el pasado, una cicatriz en la ciudad que aún puedes palpar.
Para el final, te diría que te des un último paseo tranquilo por la plaza, permitiendo que la magnitud de lo que representó se asiente en ti. No hay nada que 'saltarse' aquí; cada silla, cada centímetro de este adoquín, tiene su historia. Es un lugar para la introspección, no para las prisas. Siente cómo el silencio se vuelve más profundo a medida que te alejas, pero cómo la resonancia de esas sillas vacías permanece contigo. Es una huella imborrable, no en el mapa, sino en el alma.
Para vivirlo de verdad, ven temprano por la mañana o al atardecer, cuando la plaza está más tranquila y la luz le da un aire aún más solemne. Necesitarás al menos una hora, quizás más si decides entrar a la farmacia (que te recomiendo mucho). Es un sitio de respeto; mantén la voz baja, no te sientes en las sillas ni las uses de apoyo. Se trata de recordar, no de interactuar con el memorial. Hay paradas de tranvía y autobús muy cerca, así que llegar es sencillo.
Olya de las callejuelas.