¿Qué haces en Coronado? Ah, prepárate, porque no es solo una "isla" con una playa bonita, es una experiencia que se te mete bajo la piel.
Imagina que dejas atrás el bullicio de San Diego. Cruzas el puente, y sientes cómo el aire cambia. Se vuelve más salado, más suave, casi acariciándote la cara. Puedes oler el océano antes de verlo, una mezcla de salitre y algo fresco, como algas recién lavadas. Escuchas el suave siseo del viento, y el lejano graznido de las gaviotas te da la bienvenida. Es como si la tensión se evaporara de tus hombros con cada metro que avanzas. Te envuelve una calma distinta, un ritmo más lento que te invita a respirar hondo y soltar.
Una vez allí, tus pies te llevan casi por inercia hacia la playa. Te quitas los zapatos, y la arena… ah, la arena de Coronado es especial. No es solo arena; es como polvo de terciopelo, fresco y suave al principio, y luego cálido bajo el sol. Si la dejas escurrir entre tus dedos, sentirás pequeños destellos, como si estuviera hecha de oro molido. Caminas hacia el agua, y cada ola que rompe te trae el sonido constante y rítmico del mar, un murmullo profundo que te invita a desconectar. El agua, al principio fría, se vuelve refrescante mientras dejas que las olas te acaricien los tobillos, llevándose cualquier preocupación.
Para llegar a Coronado, lo más directo es cruzar el puente de San Diego, pero el tráfico puede ser denso, especialmente en horas pico o fines de semana. Una alternativa genial es tomar el ferry desde el centro de San Diego; es un paseo corto y te deja justo en el Coronado Ferry Landing. En cuanto al estacionamiento, es complicado. Si vas a la playa, busca aparcamiento en las calles residenciales cercanas, pero prepárate para caminar un poco. Si vas temprano en la mañana, tendrás más suerte. Siempre lleva protector solar, una toalla grande y suficiente agua, el sol aquí pega fuerte.
Mientras caminas por la playa, o incluso desde la calle, no puedes ignorar la imponente presencia del Hotel del Coronado. Es como un gigante de madera victoriano que ha visto pasar un siglo de historias. Al acercarte, puedes casi sentir la historia en su aire; el olor a madera antigua, a salitre y a lujo discreto se mezcla en el ambiente. Si te detienes un momento, quizás escuches el eco de risas lejanas, o el tenue tintineo de copas de champán de épocas pasadas. Sus torretas y balcones parecen susurrar secretos al viento, invitándote a imaginar quiénes habitaron sus pasillos.
Puedes entrar al Hotel del Coronado y pasear por sus vestíbulos y tiendas sin ser huésped. Es un buen lugar para tomar un café o una bebida en uno de sus bares con vistas al mar, aunque son caros. Si buscas algo más casual para comer, hay varias opciones en la calle principal, Orange Avenue, desde pizzerías hasta cafeterías con sándwiches y ensaladas. Para una experiencia local auténtica, busca los pequeños restaurantes familiares escondidos en las calles laterales.
Aléjate un poco de la playa y el hotel, y te encuentras con Coronado Village. Es como entrar en un pueblo pequeño y encantador. Aquí, el aire se llena con el aroma dulce de las flores que brotan de los jardines bien cuidados, mezclado con el olor a café recién hecho de las cafeterías. Escuchas el suave murmullo de conversaciones, el tintineo de las campanitas de las tiendas y, quizás, el sonido de bicicletas pasando. Sientes el calor del sol en las aceras, y la sombra refrescante de los árboles centenarios te ofrece un respiro. Las calles son tranquilas, y cada fachada parece contarte una historia.
En el Village, encontrarás tiendas de souvenirs, galerías de arte con obras de artistas locales y boutiques con ropa y accesorios únicos. Es perfecto para pasear sin rumbo, explorar a tu propio ritmo. Si tienes energía, alquila una bicicleta; Coronado es muy plano y tiene carriles bici que te permiten recorrerlo entero, desde la playa hasta la bahía. También hay varios parques pequeños, ideales para un picnic o simplemente para sentarse y observar a la gente.
Por último, no te vayas sin visitar el Coronado Ferry Landing. Aquí, el sonido del agua golpeando suavemente contra los muelles te envuelve, y el aire es fresco, a veces con el ligero olor a combustible de los barcos que llegan y parten. Puedes sentarte en un banco y sentir la brisa marina mientras observas los ferris ir y venir. La vista desde aquí es espectacular: el perfil de San Diego se alza majestuoso frente a ti, con sus rascacielos brillando bajo el sol. Es una perspectiva completamente diferente de la ciudad, una que te hace sentir pequeño y a la vez conectado con todo. Es el lugar perfecto para despedirte, con la sensación de haber descubierto un pequeño tesoro.
Lía del Camino