¿Qué haces en el puerto de San Diego? Pues mira, es una experiencia que te entra por los sentidos desde el primer momento. Imagina que bajas del coche o del autobús, y lo primero que te golpea es ese aire salado, húmedo, con un toque suave a pescado fresco y algas que te dice: "Estás en el mar". Escuchas el grito lejano de las gaviotas, como si te dieran la bienvenida, y el tintineo suave de los mástiles de los veleros chocando contra sus cuerdas, una melodía constante y relajante. Sientes el sol cálido en la piel, incluso si hay una brisa fresca, y el suelo firme bajo tus pies te invita a caminar. De repente, el horizonte se abre: el azul profundo del agua se encuentra con el cielo, y el aire vibra con la promesa de aventura. Aquí no hay prisas, solo la invitación a explorar cada rincón con todos tus sentidos.
Mientras caminas a lo largo del muelle, te topas con una colección de barcos históricos. Imagina que subes por una pasarela un poco inclinada y de repente, el suelo bajo tus pies cambia: sientes la madera vieja, gastada por el tiempo, a veces crujiendo suavemente bajo tu peso. Si extiendes la mano, tocas el metal frío de una barandilla o la aspereza de una cuerda gruesa. Dentro de los camarotes, el aire es diferente, más denso, con ese olor característico a madera añeja y un toque metálico. Escuchas tus propios pasos resonando, y quizás el eco de la brisa marina colándose por alguna rendija. Es como si el tiempo se hubiera detenido, y puedes casi sentir el balanceo de las olas bajo la cubierta, incluso estando en puerto. Cada rincón te cuenta una historia sin palabras, solo a través de lo que tocas y lo que te envuelve.
Después de explorar los barcos anclados, ¿qué te parece subirte a uno que sí se mueve? Imagina que te sientas en la cubierta, y sientes el suave balanceo mientras el motor arranca con un ronroneo bajo y constante. El viento se vuelve tu compañero, acariciándote la cara, despeinándote el pelo, trayendo consigo el olor puro del océano. Si el barco corta alguna ola, puede que sientas unas gotas frescas de agua salada en la piel, un pequeño recordatorio de que estás en el inmenso azul. Los sonidos cambian: las gaviotas te sobrevuelan más cerca, el chapoteo del agua contra el casco se hace más claro, y las voces de la gente se mezclan con el ambiente. La ciudad se ve diferente desde aquí, como un lienzo que se despliega ante ti, con sus edificios asomándose desde la orilla, y la inmensidad del agua a tu alrededor te hace sentir pequeño y libre a la vez.
Y si te gustan las sensaciones fuertes, no puedes dejar de sentir la grandiosidad del USS Midway. Es una mole de acero que te abruma desde el primer momento. Cuando subes a la cubierta de vuelo, el espacio es inmenso, y sientes el metal frío y vasto bajo tus pies. El viento aquí es diferente, más fuerte, porque no hay casi nada que lo detenga. Imagina que te acercas a uno de los aviones que están expuestos: puedes casi sentir la potencia de sus motores, el rugido que debieron hacer al despegar. Si te pones cerca de las cabinas, puedes incluso notar el olor a queroseno residual, una reminiscencia de su pasado. Los sonidos son una mezcla de voces, el viento silbando, y a veces, grabaciones que te transportan a la vida a bordo, con las voces de los pilotos y el estruendo de los motores. Es una experiencia que te hace sentir el peso de la historia y la ingeniería en cada paso.
Después de tanta exploración, el estómago empieza a pedir su parte. A lo largo del paseo, el aire se llena de nuevos aromas: el dulce y ahumado de las brochetas a la parrilla, el picante de la comida mexicana, y, sobre todo, el fresco y salado de los mariscos recién preparados. Escuchas el bullicio de las conversaciones, el tintineo de los vasos y cubiertos, y la música suave que a veces se escapa de algún restaurante. Imagina que te sientas en una terraza, sientes la brisa, y pruebas un taco de pescado: la suavidad del pescado, el crujido de la col, el toque cítrico de la lima. O quizás unas ostras frescas, con ese sabor a mar puro que te llena la boca. Es un momento para relajarse, para saborear no solo la comida, sino también el ambiente, con la vista del agua y los barcos meciéndose suavemente.
Ahora, para lo práctico, que sé que te interesa. Llegar al puerto es sencillo. Puedes ir en coche, pero ten en cuenta que el aparcamiento puede ser un desafío, especialmente los fines de semana. Hay varios parkings de pago cerca, pero se llenan rápido, así que llega temprano. Una buena alternativa es usar el transporte público, como el tranvía (trolley) o los autobuses; tienen paradas bastante cerca. En cuanto al mejor momento para ir, te diría que la mañana temprano o la tarde, justo antes del atardecer, son ideales. Hay menos gente y la luz es preciosa. Los días de semana también son más tranquilos que los fines de semana, claro.
Para que tu visita sea cómoda, lleva calzado cómodo, vas a caminar bastante. Aunque haga sol, una chaqueta ligera siempre viene bien por la brisa marina, que puede ser fresca. Si quieres visitar los museos o tomar un tour en barco, te recomiendo comprar las entradas online con antelación; te ahorrarás colas y a veces puedes conseguir mejores precios. Y no te limites solo a los barcos; el área alrededor del puerto tiene tiendas curiosas y pequeñas galerías de arte que vale la pena explorar si tienes tiempo. Hay baños públicos y algunos puntos de información turística si necesitas un mapa o tienes alguna pregunta. Disfruta cada momento, sin prisas.
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets.