¿Qué haces en Point Loma? Imagínate que el coche empieza a subir, despacio, por una carretera que se curva suavemente. Sientes cómo la temperatura baja un poco, el aire se vuelve más fresco, más nítido, y empiezas a percibir ese inconfundible olor a sal y a mar abierto que te envuelve. A medida que subes, el sonido del tráfico se disipa, reemplazado por el susurro constante del viento y, poco a poco, el lejano rugido de las olas.
Una vez arriba, en el Monumento Nacional Cabrillo, te bajas y sientes el viento que te empuja suavemente. Tus pies encuentran el terreno irregular de un sendero, que te guía hacia el faro antiguo. Puedes tocar sus paredes de piedra rugosa y fría, sentir la historia bajo tus dedos. El olor a sal es ahora intenso, mezclado con el yodo del mar y un toque terroso. Escuchas el lamento de las gaviotas sobre tu cabeza y, si te acercas al muro de piedra que bordea el acantilado, el sonido del océano rompiendo muy, muy abajo es un estruendo constante, una fuerza poderosa. Hay una pequeña zona de museo dentro del faro, donde puedes sentir reproducciones de objetos antiguos y escuchar los sonidos del faro en funcionamiento.
Después de explorar la cima, baja por el sendero que lleva a las pozas de marea. Siente cómo el aire se vuelve más húmedo, más denso, y el sonido del mar ya no es un rugido lejano, sino un chapoteo, un susurro entre las rocas. Tus pies encuentran terreno irregular: arena mojada, luego rocas cubiertas de algas que ceden un poco bajo tu peso, resbaladizas. El olor es peculiar, a vida marina expuesta, una mezcla de sal, algas y un toque metálico. Si te agachas, puedes sentir las pequeñas pozas de agua fría, y si metes un dedo, quizás una anémona se cierre suavemente a tu tacto, o una concha lisa y fría se deslice bajo tus dedos. Es un mundo vibrante, lleno de pequeñas vidas que se mueven bajo tus manos.
Para visitar las pozas de marea, es crucial consultar las tablas de mareas bajas antes de ir; solo son accesibles durante esas horas. Lleva calzado que no te importe mojar y que te dé buen agarre, porque las rocas son resbaladizas. Y por favor, no toques ni remuevas a los animalitos marinos; solo obsérvalos con respeto y deja que sigan con su vida en su hábitat natural.
Después de la vitalidad de las pozas, el ambiente cambia drásticamente. Subes de nuevo, y el aire se vuelve más quieto, más solemne. Aquí, en el Cementerio Nacional de Fort Rosecrans, lo que sientes es una paz profunda, casi reverente. Imagina filas y filas de lápidas blancas, perfectamente alineadas, que se extienden hasta donde alcanza la vista, cada una un recuerdo silencioso. El césped es suave bajo tus pies, y el único sonido que rompe el silencio es quizás el suave murmullo del viento entre los árboles o el canto lejano de un pájaro. Es un lugar para la reflexión, para honrar la memoria. Puedes caminar entre ellas, pero siempre con el máximo respeto.
Y para terminar el día, busca un buen sitio en el acantilado. Cuando el sol empieza a bajar, el aire se enfría un poco, pero todavía sientes el calor residual del día en tu piel. El viento, que antes era una ráfaga, ahora es una caricia suave. Aunque no puedas ver los colores, sentirás cómo la luz disminuye gradualmente, cómo las sombras se alargan a tu alrededor, y el mundo se envuelve en una manta de tranquilidad. El sonido de las olas sigue ahí, pero ahora es un arrullo, una nana para el día que se va. Cualquier punto alto con vistas al oeste te servirá, pero el área cerca del faro es espectacular. Llega un poco antes para encontrar un buen sitio.
Una vez que el día se ha desvanecido, si necesitas reponer energías, a poca distancia de Point Loma, en el área de Liberty Station o en Shelter Island, encontrarás opciones para cenar. Desde comida rápida hasta restaurantes con vistas al puerto. Prueba algo con marisco fresco, ¡estás en San Diego!
Olya de las callejuelas