¡Hola, amigos! Acabo de regresar de un rincón de Nueva York que me dejó pensando: el Conservatory Garden en Central Park. Y mira que me sorprendió, porque uno piensa en Central Park y se imagina verde, pero esto es otra historia.
Imagina que de repente, el ruido de la ciudad se apaga. Caminas por la Quinta Avenida, entre el bullicio, y de repente, cruzas una verja de hierro forjado. No hay más cláxones. El aire cambia, ¿sabes? Se vuelve más suave, como si lo hubieran filtrado. Lo primero que te llega es un aroma distinto, una mezcla de tierra húmeda y el dulzor de las flores que no alcanzas a identificar, pero que te envuelve. Sientes una calma instantánea, como si hubieras entrado en un portal. Tus pasos, que antes eran firmes y rápidos, se vuelven lentos sobre el camino de grava, escuchando el suave crujido bajo tus pies.
Avanzas, y de pronto, sientes la amplitud. Estás en el Jardín Italianizante, con sus fuentes y sus setos esculpidos. Escuchas el murmullo constante del agua, un sonido que te arrulla y te hace olvidar dónde estás. Si estiras la mano, casi podrías tocar el aire fresco que sube de la piscina principal, donde los nenúfares flotan como pequeñas islas. Es un espacio abierto, sí, pero con una estructura tan perfecta que te guía. Te sientes pequeño y a la vez grandioso, como si formaras parte de algo mucho más grande. Lo que me sorprendió fue lo inmaculado que estaba todo, cada hoja en su sitio, ni una brizna fuera de lugar.
Luego, te adentras en la siguiente sección, el Jardín Francés. Aquí, el diseño es más formal, con parterres geométricos y rosales. Pero no es solo visual. Imagina que el aroma de las rosas te golpea suavemente, capas y capas de fragancia, desde las más dulces y empolvadas hasta las más frescas y cítricas. Puedes sentir la textura de los pétalos si los roces con la punta de los dedos – suaves, casi aterciopelados. Caminas por senderos de piedra, y puedes sentir el calor del sol sobre ella, incluso en un día fresco. Lo que no me terminó de convencer del todo fue lo "silencioso" que era. Esperaba quizás más gente disfrutando, pero a veces se sentía un poco como un museo, muy bonito, sí, pero le faltaba un poco de vida, ¿sabes?
Si vas, un par de cosas que aprendí. Primero, la entrada está en la 105th Street y Fifth Avenue. Es gratis, lo cual es un puntazo. Lo mejor es ir temprano por la mañana, justo cuando abren, o al final de la tarde. A mediodía, aunque no es tan concurrido como otras partes del parque, sí que se nota más gente y el sol puede ser intenso. Lleva agua, no hay tiendas dentro. Y mira, si esperas ver miles de flores en plena explosión, no es el Jardín Botánico de Nueva York. Es más sobre la estructura, la paz, el diseño. Las flores están, claro, pero no son el único foco. Lo que no funcionó para mí fue la expectativa de ver un festival de color; es más sobrio, más elegante.
En general, es un oasis. Es un lugar para desconectar de verdad. No es para correr, ni para hacer un picnic ruidoso. Es para pasear despacio, para sentir el aire, para escuchar el agua, para oler las flores. Es un respiro, un lugar para que tus sentidos se relajen y se centren. Me gustó mucho la sensación de paz total que encontré allí, algo que no esperaba en medio de Manhattan. Definitivamente, vale la pena el desvío.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya desde las callejuelas