¡Hola, exploradores del sentir! Hoy os llevo a un lugar que se baila, se canta y se respira con cada fibra de vuestro ser: Sevilla. ¿Estáis listos para sentir la calidez de su alma bajo el sol andaluz?
Imagina que el aire, denso y perfumado, te envuelve al bajar del tren, una mezcla dulce de azahar en primavera o el aroma terroso y polvoriento del verano. Escuchas el repique lejano de campanas y el murmullo de conversaciones que se elevan y caen como una melodía, salpicadas por el clack-clack rítmico de los cascos de los caballos de los carruajes en las calles adoquinadas. Sientes el sol en tu piel, un calor envolvente que te invita a buscar la sombra fresca de los patios interiores, donde el silencio es casi tangible, solo roto por el suave goteo de una fuente. Puedes tocar las paredes encaladas, ásperas y cálidas, y sentir la historia bajo tus dedos, una historia que respira en cada rincón.
Cuando el sol empieza a caer, la ciudad se transforma. Cierra los ojos y deja que el sonido de los taconeos te guíe por el barrio de Triana. Aquí, en un pequeño tablao, el aire vibra con la pasión del flamenco. No solo escuchas la guitarra y el cante, sientes el zapateado en el suelo bajo tus pies, una percusión viva que resuena en tu pecho. El duende no es algo que se ve, es una energía cruda y poderosa que te eriza la piel, una emoción tan intensa que casi puedes saborear el lamento y la alegría en el ambiente. Es un abrazo sonoro que te deja sin aliento, una experiencia que te atraviesa el alma.
Para moverte por el centro, la mejor opción es caminar. Las distancias son manejables y así descubres cada rincón. Si vas a visitar la Catedral o el Alcázar, compra las entradas online con antelación; te ahorrarás colas eternas bajo el sol. El transporte público, como el autobús o el tranvía, funciona bien para distancias más largas, pero para sentir el pulso de la ciudad, los pies son tus aliados. Un consejo: si buscas un taxi, busca los que tienen la luz verde encendida.
Y si de comer se trata, olvídate de los bares de tapas de la zona más turística. Busca algo más auténtico en la Alameda de Hércules o en Triana. Pregunta por el "pescaíto frito" o el "solomillo al whisky". No te compliques con la carta, déjate aconsejar por el camarero, ellos saben lo que está fresco. Y para el desayuno, un "churro con chocolate" es obligatorio, el mejor remedio para empezar el día con energía.
Mi abuelo siempre decía que la Giralda no era solo un campanario, era el faro del alma sevillana. Contaba que, desde que era niño, cuando se perdía en el laberinto de callejuelas, solo tenía que alzar la vista y buscar la Giralda. Su presencia le recordaba que estaba en casa, que esa torre había visto pasar siglos de historias, de risas y de penas, y que seguía ahí, firme, como un guardián silencioso de todas las vidas que se tejían a sus pies. Era la voz que te decía: "Aquí estamos, y aquí seguimos".
Con el corazón lleno de duende,
Léa de la carretera