Amigo, si hay un lugar en el mundo donde el tiempo y la magia se mezclan, ese es Jackson Square en Nueva Orleans. No es solo un punto en el mapa, es un latido. Para que lo vivas como yo, te diría que empieces en Decatur Street, justo donde la gente empieza a agolparse, pero antes de entrar al corazón del caos. Imagina el aire cálido y húmedo de Nueva Orleans acariciando tu piel, no es un calor agobiante, es una caricia pegajosa que te invita a quedarte. Escuchas el tintineo de las campanas de los tranvías que pasan lejos, mezclado con el murmullo de mil conversaciones en varios idiomas y, de repente, ese inconfundible aroma a café y azúcar que te envuelve: son los *beignets* del Café Du Monde, tan cerca que casi puedes saborearlos. Levanta la vista y justo frente a ti, imponente, está la Catedral de San Luis, con sus agujas apuntando al cielo azul o gris, da igual, siempre parece que está a punto de contarte un secreto antiguo.
Ahora, cruza la calle y entra al corazón de Jackson Square. Caminas sobre el asfalto y de pronto sientes el cambio bajo tus pies, un adoquín más irregular que te conecta con la historia. Aquí, el sonido de las herraduras de los caballos de los carruajes se hace más nítido, un ritmo constante que te acompaña. Estás rodeado por el arte. Decenas de pintores, caricaturistas y artistas de todo tipo exponen sus obras colgadas en las rejas de hierro forjado que rodean el parque. Puedes tocar la tela de sus lienzos, sentir la textura de la pintura seca bajo tus dedos, oír sus pinceles arrastrándose. Muchos son locales y sus obras capturan el alma de la ciudad. Si ves algo que te gusta, acércate, pregunta. No tengas miedo de regatear un poco, es parte de la experiencia, pero sé respetuoso. Y sí, si te detienes a ver a un músico o a un bailarín, un par de dólares en su sombrero o funda de guitarra son el mejor 'gracias'.
Desde el centro del cuadrado, con la estatua ecuestre de Andrew Jackson en el medio, gira la cabeza hacia la Catedral de San Luis. Es imposible no sentir su presencia. Acércate, camina por sus escalones de piedra y si la puerta está abierta, asómate. El aire dentro es fresco, un respiro del bullicio exterior, y el silencio, roto solo por el eco de algún paso, te envuelve. Huele a incienso y a madera vieja, una fragancia que te transporta a siglos pasados. No necesitas quedarte mucho, solo sentir esa paz. A los lados de la plaza, flanqueándola, están los edificios Pontalba. Son dos bloques idénticos de apartamentos de ladrillo rojo con balcones de hierro forjado que parecen sacados de una postal. Son las casas de alquiler más antiguas de Estados Unidos. Imagina las historias que se han vivido detrás de esas ventanas, los secretos que guardan sus paredes. Recorre la acera bajo sus balcones, mira hacia arriba y siente la sombra fresca que proyectan, una pausa bienvenida del sol.
Para terminar tu recorrido, dirígete hacia el río. Sales de la plaza y el espacio se abre frente a ti, una brisa salada y húmeda te golpea la cara. El Mississippi, ese gigante perezoso, fluye majestuoso. Escuchas el silbato de un barco de vapor, como el Natchez, que rompe el silencio del agua. Puedes sentir la inmensidad del río, la fuerza de su corriente, incluso desde la orilla. Siéntate en uno de los bancos mirando el agua, o apoya tus manos en la barandilla de hierro y simplemente observa. Este es el momento para procesar todo lo que has visto y sentido. ¿Qué saltarte? Sinceramente, no te detengas demasiado en las tiendas de souvenirs genéricas que venden las mismas camisetas. ¿Qué guardar para el final? Justo esto: un momento de calma frente al Mississippi. Y un consejo práctico: lleva siempre efectivo para los artistas y propinas, y si vas por la tarde, prepárate para las multitudes. Los baños públicos son escasos, así que aprovecha los de Café Du Monde si consumes algo.
Espero que lo disfrutes tanto como yo.
Olya from the backstreets