¡Hola a todos! Acabo de regresar de Coconut Grove en Miami y tengo que contároslo todo, como si estuviéramos tomando un café. Olvídate del brillo de South Beach por un momento. Aquí, cuando bajas del coche, lo primero que te golpea no es el calor del asfalto, sino una brisa cálida y salada que trae un aroma sutil a jazmín y a la promesa de algo tropical. Imagina que el aire es más denso, más verde. Escuchas el susurro constante de las palmeras mecidas por el viento y, si te concentras, el tintineo lejano de los mástiles de los barcos en la bahía. Es como si el sonido de la ciudad se difuminara, dando paso a una melodía más suave, más natural.
A medida que te adentras, sientes el cambio bajo tus pies. Las aceras no son solo cemento; a menudo son caminos irregulares, quizás con adoquines o raíces de árboles que levantan el suelo, recordándote que estás en un lugar donde la naturaleza manda. Camina un poco y notarás que las calles no son rectas, sino que serpentean, invitándote a explorar. El ambiente es bohemio, relajado. No hay prisa aquí. La gente se mueve con una cadencia más lenta, las conversaciones en los cafés se extienden y la luz del sol se filtra a través de un dosel de árboles tan denso que crea un juego de sombras y destellos. Es un respiro, un pueblo dentro de la bulliciosa Miami, donde cada esquina tiene su propia historia silenciosa.
Una de las cosas que más me impactó fue simplemente pasear por la zona de la marina, cerca de Dinner Key. Cierra los ojos por un segundo e imagina. Puedes sentir la humedad en el aire, el olor a salitre mezclado con el combustible de los barcos. Escuchas el suave golpeteo de las olas contra los cascos y el grito ocasional de las gaviotas. Si extiendes la mano, casi puedes tocar el aire vibrante de la actividad náutica, aunque sea solo un velero preparándose para zarpar o el murmullo de una conversación en un yate. Y luego, cuando abres los ojos, aunque no puedas ver, sabes que a tu alrededor hay un ballet de mástiles que se elevan hacia el cielo, prometiendo aventuras en el agua. Es un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, invitándote a simplemente ser.
Ahora, para lo práctico, que sé que te gusta. Si vas, planifica un día entero. Para comer, hay muchísimas opciones, desde cafeterías con un café cubano increíble hasta restaurantes con marisco fresco. Me encantó la variedad y que muchos tienen terrazas donde se siente la brisa. Para moverte, lo mejor es caminar una vez que estás allí; el centro es muy transitable. Si vienes de otras partes de Miami, la Metrorail tiene una estación justo en el Grove, lo cual es un puntazo si no quieres lidiar con el coche. Y un consejo: no te quedes solo en la calle principal; piérdete por las calles secundarias, ahí es donde encuentras las casas más chulas y los rincones con más encanto.
¿Qué no funcionó tan bien? El aparcamiento puede ser un dolor de cabeza, sobre todo los fines de semana. Los parkings son caros y se llenan rápido, así que si puedes usar el Metrorail o un Uber, te ahorrarás el estrés. Me sorprendió lo rápido que cambia de ser un oasis tranquilo a tener zonas más modernas y concurrida, casi sin darte cuenta. Y aunque me encanta la naturaleza, ten en cuenta que la humedad hace que los mosquitos puedan ser un tema al anochecer, especialmente si estás cerca del agua. Así que, un buen repelente es tu amigo si planeas cenar al aire libre. En general, es más auténtico de lo que esperaba, pero tienes que saber dónde buscar.
En resumen, Coconut Grove es una experiencia muy diferente a lo que uno espera de Miami. No es para ir de fiesta sin parar, es para respirar, para sentir el ambiente, para saborear una ciudad que se niega a ser solo brillo y rascacielos. Es una invitación a bajar el ritmo y dejarte envolver por su encanto verde y salado.
Un abrazo fuerte desde la carretera,
Léa de la Carretera