¿Qué haces en la Basílica de San Juan de Letrán? Mira, no es solo "verla". Es *sentirla*.
Imagina que llegas. Desde lejos, la ves erguirse, imponente, bajo el cielo romano. No es la que esperas, ¿verdad? No es San Pedro. Esta es la madre de todas las iglesias, y lo sientes en la escala de sus columnas, en el sol que baña su fachada antigua. El ruido de la ciudad, el tráfico, empieza a desvanecerse a medida que te acercas a esos portones gigantescos. Sientes el aire, quizás un poco más fresco aquí, como si el tiempo mismo se ralentizara. No hay prisa. Solo la promesa de lo que hay dentro.
Cuando cruzas el umbral, es como si el mundo exterior se apagara. El aire se vuelve más fresco, más denso, y el silencio te envuelve, roto solo por el eco suave de pasos lejanos. Sientes el mármol pulido bajo tus pies, frío y liso. Mira hacia arriba, muy arriba: el techo dorado parece flotar sobre ti, y la luz se filtra de una manera que hace que el polvo en el aire parezca brillar. Caminas por la nave central, y cada columna, cada estatua, te susurra historias de siglos. Es fácil sentirse pequeño, pero no insignificante, sino parte de algo mucho más grande, mucho más antiguo.
Mientras te adentras, el espacio se expande a tu alrededor. Permítete detenerte, cerrar los ojos un momento y simplemente escuchar el silencio. Luego, abre los ojos y busca los detalles: una pequeña capilla lateral con una luz tenue, un mosaico que brilla con mil colores, el olor sutil a piedra antigua. Tu mano podría rozar una de las paredes de mármol; siente su frialdad, la textura lisa que ha sido pulida por innumerables manos a lo largo de los siglos. Es un lugar para la contemplación, para dejar que la vista se pierda y que la mente divague.
Después de la grandiosidad interior, el claustro es un respiro. Sales a un espacio abierto, bañado por el sol, y el aire es más ligero. Oyes el canto de los pájaros, el murmullo de una fuente. Siente la brisa en tu piel y el calor del sol. Camina bajo los arcos, tocando las columnas retorcidas que parecen danzar. Es un lugar de paz, un jardín secreto en medio de la ciudad, donde el tiempo parece detenerse de verdad. Tómate un momento para sentarte en un banco de piedra, cerrar los ojos y simplemente absorber la calma.
Y luego está la Scala Santa. Está justo enfrente de la basílica, cruzando la calle. Es diferente, más íntima. Aquí, la gente sube de rodillas por los escalones que se dice que Jesús pisó en el pretorio de Pilatos. Sientes la madera pulida bajo tus manos o rodillas, el desgaste de siglos de devoción. El ambiente es de profunda reverencia, una quietud casi tangible. No se trata solo de ver, sino de participar en un acto de fe compartido. Si decides subir, hazlo con respeto; el silencio es la norma, y la experiencia es profundamente personal.
Para que tu visita sea lo más tranquila posible, intenta ir a primera hora de la mañana o a última de la tarde para evitar las multitudes. Recuerda que es un lugar de culto, así que vístete con respeto: hombros y rodillas cubiertos. Puedes tomar fotos, pero sin flash, y siempre con discreción. No hay mucha oferta de comida justo al lado, así que considera llevar una botella de agua, especialmente en verano. Y por supuesto, la entrada a la basílica es gratuita, pero hay un pequeño coste si quieres visitar el claustro o la Scala Santa (aunque subir la Scala Santa es gratis). Es un sitio para tomarte tu tiempo, no para correr.
Olya from the backstreets.