Imagina que el aire cálido de Marrakech empieza a disolverse, como si un velo invisible se levantara. Te subes a un coche, y poco a poco, la prisa de la medina se desvanece en el retrovisor. Lo primero que notas es el cambio en el aire: ya no es ese abrazo denso y polvoriento, sino una brisa suave, limpia, que trae consigo el olor a tierra mojada y a vegetación. Escuchas cómo el murmullo de los cláxones y el ajetreo de la ciudad se transforman en el suave zumbido del viento y, a lo lejos, el rumor de un río. Así empieza el camino hacia el Valle de Ourika, un respiro verde donde la vida se mueve a otro ritmo, un lugar para que tu cuerpo sienta el contraste y tu mente se reinicie.
Para llegar, no te compliques: lo más sencillo es un "grand taxi" compartido o unirte a una excursión organizada desde Marrakech. Te dejarán en Setti Fatma, el corazón del valle. Al bajar, el primer impacto es el sonido: el río Ourika es el verdadero protagonista, y lo escuchas antes de verlo, un murmullo constante que te acompaña. Sientes la tierra bajo tus pies, a veces un poco más fresca, a veces con el calor residual del sol. Verás pequeños puestos de frutas y artesanías, y el aroma del té de menta recién hecho flota en el ambiente, dulce y penetrante. No esperes un valle alpino; esto es el Atlas, con sus laderas áridas que de repente se abren a una explosión de verdor junto al agua.
Desde donde te deja el transporte, el camino es intuitivo, siguiendo el río hacia arriba. Caminas sobre puentes improvisados de madera, sintiendo su ligera inestabilidad, o saltas entre rocas lisas por el paso del agua. Escuchas el chapoteo del río, a veces suave, a veces más fuerte, como si te invitara a mojarte los pies. Sientes la brisa fresca que sube del agua, un alivio bienvenido. Te cruzas con niños vendiendo pulseras, y el ambiente es una mezcla de paz natural y el suave ajetreo de la vida rural. Es importante llevar calzado cómodo y con buen agarre, porque el terreno es irregular y resbaladizo en algunos puntos. Si alguien te ofrece "ser tu guía", no te sientas presionado; el camino a las primeras cascadas es fácil de seguir por tu cuenta.
El clímax de la caminata es Setti Fatma y sus siete cascadas. A medida que te acercas, el sonido del agua se hace más fuerte, envolvente. La primera cascada es la más accesible, y sentirás la pulverización del agua en tu cara, un rocío refrescante que te despierta. Si te animas a subir más, el camino se vuelve más exigente: treparás por rocas, a veces ayudándote de las manos, sintiendo la textura áspera y fría de la piedra. La recompensa es la vista y la sensación de logro. No hace falta que llegues hasta la séptima si no te sientes con energía; las primeras son impresionantes y te dan una idea perfecta de la belleza del lugar. No te dejes engañar por guías que te digan que es imposible sin ellos; si eres ágil, puedes hacerlo solo. Lo que sí te recomiendo es no ir en sandalias de playa para esta parte.
Después de la caminata, la experiencia culinaria es inolvidable. Imagina esto: mesas y sillas dispuestas directamente *sobre* el río, con el agua fluyendo suavemente bajo tus pies descalzos. Sientes la frescura del agua que te rodea, escuchas su murmullo constante mientras el sol te calienta la cara. El aroma del tajine de cordero o pollo con verduras, cocinado a fuego lento, te envuelve. El sabor es auténtico, casero. Es un momento de pura inmersión, donde todos tus sentidos se conectan con el entorno. Para elegir un sitio, simplemente déjate llevar por el que más te guste visualmente o el que te dé mejor vibra; la comida es bastante similar en todos y el precio es negociable, pero suelen ser muy razonables. Pide un tajine y un té de menta, y déjate llevar.
Después de comer, la tarde es para la calma. Puedes quedarte un rato más sintiendo el agua en los pies, o explorar un poco más los alrededores, quizás visitar una cooperativa de aceite de argán. Sientes el calor del sol de la tarde en tu piel, menos intenso que al mediodía, y el ambiente se vuelve más relajado, casi somnoliento. El murmullo del río parece invitar a la siesta. Lo que yo guardaría para el final, antes de volver, es simplemente sentarse en una de las orillas del río, cerrar los ojos y escuchar. Solo el agua, el viento, quizás el canto de algún pájaro. Es el momento de absorber la tranquilidad antes de regresar al bullicio de Marrakech. Los "grand taxis" de vuelta suelen salir hasta que se llenan, así que no te agobies, pero tampoco te quedes hasta que anochezca del todo.
En resumen, para tu visita, empieza temprano para disfrutar de la frescura de la mañana. No te obsesiones con subir a todas las cascadas; las primeras son geniales y el camino es más fácil. Lo que sí o sí tienes que hacer es comer con los pies en el río, es la experiencia más auténtica. Y antes de irte, tómate un momento de silencio junto al agua. No te dejes presionar por guías insistentes; el camino es sencillo y seguro. Evita los puestos de souvenirs genéricos, busca lo auténtico si quieres comprar algo. El Valle de Ourika es para sentir, para respirar hondo, para dejar que el agua y la naturaleza te recarguen.
Olya from the backstreets