¿Qué se *hace* realmente en el Mercado da Ribeira de Lisboa? Imagina que llegas y lo primero que te envuelve es un murmullo que va creciendo, como el zumbido de una colmena gigante. Sientes la humedad de la mañana en el aire y, casi de inmediato, tu nariz capta una mezcla sorprendente: el aroma fresco y terroso de flores recién cortadas que se mezcla con el olor salado y penetrante del pescado, casi como si el mar estuviera a tu lado. Escuchas el golpe rítmico de un cuchillo contra una tabla de cortar, el tintineo de una balanza y las voces animadas de los vendedores, ofreciendo sus productos con una cadencia que es música en sí misma. Este es el lado más auténtico, el mercado tradicional donde los lisboetas compran sus productos frescos, justo antes de que el ambiente cambie.
De repente, el aire se vuelve más denso, más cálido, y el murmullo se transforma en un bullicio vibrante y multicultural. Tu nariz ahora se inunda con una sinfonía de olores cocinados: el dulce aroma de la canela y la crema pastelera, el ahumado de la carne a la brasa, el toque cítrico de los mariscos frescos y el penetrante olor del ajo y el aceite de oliva. Sientes una vibración sutil en el suelo, la energía colectiva de cientos de personas moviéndose, hablando, comiendo. Es como si el espacio mismo respirara con la emoción de la gente. Estiras la mano, buscando un hueco entre la multitud, guiándote por el murmullo de las conversaciones y el lejano tintineo de los vasos. Este es el famoso Time Out Market.
Una vez dentro, el reto es encontrar un sitio. Cierra los ojos y respira hondo: una ola de ajo y aceite de oliva te envuelve, luego algo dulce como la natilla, y después el toque ahumado de la carne a la parrilla. Los sonidos son una sinfonía de copas que chocan, risas distantes, el chisporroteo de una plancha y un sinfín de voces en diferentes idiomas. Te mueves con el flujo de la gente, sintiendo el ligero empujón y tirón de los cuerpos a tu alrededor, hasta que, de repente, notas un espacio vacío, un hueco en una mesa comunitaria. La superficie de la mesa es lisa y fría al tacto, un pequeño santuario en medio del caos.
Ahora viene lo bueno. Te acercas a un mostrador y sientes el calor de la cocina que emana de él. Puedes oler la promesa del plato que vas a pedir: ¿es el crujiente de unas croquetas, la suavidad del pulpo a la brasa o el dulzor de un pastel de nata recién hecho? Cuando te entregan tu plato, sientes el peso de la vajilla en tus manos, el calor que desprende la comida. El primer bocado: el crujido inicial de un bocado perfecto, la ternura que se deshace en la boca, el estallido de sabor que te transporta directamente a la esencia de la cocina portuguesa. Es una experiencia multisensorial que te llena por completo.
Para que lo disfrutes al máximo, un consejo práctico: ve temprano. Antes de la 1 PM para el almuerzo y antes de las 7 PM para la cena, si quieres esquivar las multitudes más densas. Los fines de semana, prepárate para la locura; es mejor ir entre semana. Si te cuesta encontrar mesa dentro, no te rindas, suele haber zonas al aire libre o espacios para comer de pie, aunque el bullicio sea el mismo. No tengas miedo de dar un par de vueltas; siempre aparece algo.
Un par de cosas más: la mayoría de los puestos aceptan tarjeta, pero nunca está de más llevar algo de efectivo, especialmente para compras pequeñas. Los baños suelen estar en la planta de abajo, busca las señales. Y, por favor, no dejes tus pertenencias desatendidas, es un lugar con mucho trasiego. Simplemente relájate y déjate llevar por la energía del lugar.
Olya from the backstreets.