¿Sabes? Si fueras mi amigo y estuviéramos en Sídney, te llevaría a un lugar que es mucho más que un edificio: la State Library of New South Wales. No es una biblioteca cualquiera; es un santuario de historias, un remanso de paz en medio del bullicio de la ciudad. Para empezar, te guiaría directo a la entrada principal, la Grand Entry, en el ala Mitchell. Imagina que empujas unas puertas de madera maciza, pesadas y elegantes, que ceden con un suave gemido. El aire, de repente, se vuelve más denso, más viejo, y percibes ese aroma inconfundible a papel antiguo, a madera pulida y a un toque casi imperceptible de polvo, como si cada mota llevara siglos de cuentos. Es un olor que te abraza, que te dice que aquí dentro el tiempo se mueve de otra forma.
Una vez dentro, el primer impacto es la altura, el silencio reverente. Caminas por el vestíbulo principal, tus pasos amortiguados por el suelo. Escuchas el eco lejano de alguna tos discreta, el suave giro de una página y, sobre todo, una quietud profunda que te invita a bajar la voz, a respirar más lento. Sientes la frescura del mármol bajo tus dedos si tocas una de las columnas, y la luz, ah, la luz... entra tamizada por los ventanales altos, creando haces dorados que bailan en el polvo suspendido, revelando la antigüedad del lugar. Lo mejor es ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren; la luz es mágica y la gente aún es poca, lo que te permite absorber esa atmósfera casi sagrada sin distracciones. Y sí, es completamente gratis, así que no te preocupes por entradas.
Desde el vestíbulo, te llevaría directamente a la Mitchell Reading Room, el corazón palpitante de la biblioteca. Es una sala circular impresionante, con mesas de madera oscura dispuestas en semicírculo y estanterías altísimas repletas de libros que parecen tocar el cielo. Sientes la madera pulida bajo tus manos si te apoyas en una de las mesas, notas el ligero crujido de las sillas cuando alguien se mueve. El sonido predominante es un murmullo constante, casi un suspiro colectivo de estudio y concentración. Puedes sentir la energía de miles de mentes, pasadas y presentes, conectadas por el conocimiento. Si te acercas a las ventanas, la luz natural inunda el espacio, y puedes ver el verde vibrante de los árboles de los Jardines Botánicos, un contraste precioso con el interior de madera y libros.
Después de la Mitchell, si quieres cambiar un poco de ambiente, podemos explorar las Dixson Galleries, que suelen albergar exposiciones temporales fascinantes. El ambiente allí es diferente, más abierto, pero igual de interesante. A veces hay mapas antiguos, a veces arte, a veces objetos históricos. Es un buen momento para estirar las piernas y ver qué hay de nuevo. Mientras tanto, un consejo práctico: si necesitas un respiro, hay baños limpios y fuentes de agua potable. Y si vienes cargado, tienen taquillas donde puedes dejar tus cosas para explorar más cómodamente.
Para el final, te guardaría dos cosas. Primero, un café en el Glasshouse, la cafetería de la biblioteca. Aquí el sonido cambia: escuchas el tintineo de las tazas, el murmullo de conversaciones más animadas, y el aroma a café recién hecho que se mezcla con el aire. Es un lugar perfecto para procesar todo lo que has visto y sentido. Y luego, antes de irnos, te pediría que volviéramos a la Mitchell Reading Room, pero esta vez solo para sentarnos en silencio en una de las sillas. Cierra los ojos por un momento. Siente el peso de la historia, la tranquilidad, la inmensidad del conocimiento que te rodea. Es una sensación de paz profunda, como si el tiempo se detuviera y solo existieras tú y el eco de todas esas voces de papel. Si el tiempo apremia, puedes saltarte la General Reference Library en el edificio de Macquarie Street; es más moderna y funcional, pero no tiene el alma del ala Mitchell.
Un abrazo desde el camino,
Ana de los Caminos