Las pasarelas son mayormente de rejilla metálica, muy amplias para facilitar el tránsito bidireccional. Su diseño es predominantemente plano, con rampas suaves que aseguran accesibilidad universal en todo el parque. Se extienden estratégicamente sobre el río y a lo largo de los saltos, ofreciendo perspectivas cambiantes a cada paso. Dirigen el flujo peatonal hacia circuitos clave como la Garganta del Diablo o el Paseo Superior, optimizando la experiencia.

Al amanecer, la bruma fresca atenúa el rugido constante de las cataratas. El aire se siente limpio, cargado de la energía del agua, antes de que lleguen las multitudes. El sonido envolvente permite una conexión profunda, mientras los visitantes se mueven en un asombro silencioso. La atmósfera es de majestuosidad íntima, sin la agitación del mediodía.

¡Hola, viajeros!

Si hay un lugar que te roba el aliento y te hace sentir minúsculo frente a la grandiosidad de la naturaleza, ese es Iguazú. Desde el primer instante, el rugido sordo del agua te envuelve, una sinfonía acuática que anuncia lo que se avecina. Al adentrarte en el Parque Nacional, el aire se vuelve denso con la humedad y el aroma terroso de la selva subtropical. Los senderos te guían entre una vegetación exuberante, donde el verde es tan intenso que casi duele a la vista, hasta que de repente, entre la fronda, aparecen los primeros saltos, hilos de plata que se precipitan en cascada. La verdadera magia se desvela al llegar a la Garganta del Diablo, un abismo colosal donde millones de litros de agua se desploman con una furia atronadora, creando un espectáculo de vapor y arcoíris danzantes. La vibración del suelo bajo tus pies, el rocío fresco en la piel y el ensordecedor estruendo son una experiencia multisensorial que te conecta directamente con la fuerza indomable del planeta.

Recuerdo estar en la pasarela, casi dentro de la Garganta del Diablo, completamente empapado y sintiendo la potencia brutal del agua. Un anciano local, que vendía artesanías cerca, me vio con los ojos como platos y sonrió. "Aquí, el río no solo cae," me dijo, "aquí, el río *vive*." Esa frase encapsuló la esencia de Iguazú: no es solo una vista, es una entidad vibrante que te habla, te sacude y te deja una huella imborrable, recordándote la magnitud y la vida palpitante de nuestro planeta.

¡Hasta la próxima aventura!

La pasarela de la Garganta del Diablo es un punto natural; encuadra su inmensa herradura con el vapor ascendente. En el Circuito Inferior, el Salto San Martín ofrece una perspectiva ideal para incluir la pasarela y la escala humana. Las primeras horas de la mañana son perfectas para capturar arcoíris sobre las caídas, especialmente en vistas panorámicas. La luz de la tarde suaviza los contrastes, óptima para fotos con el verdor selvático como fondo.

La magnitud es sobrecogedora y las pasarelas permiten una cercanía íntima a la fuerza del agua. Las aglomeraciones en Garganta del Diablo son sofocantes; los servicios del parque, caros y básicos. Sorprendió la audacia de la fauna, con coatíes interactuando sin temor directamente en los senderos. Pese a los inconvenientes, la inmensidad del espectáculo natural justifica cada molestia.

En Puerto Iguazú, varias farmacias alquilan sillas de ruedas y scooters eléctricos. La disponibilidad varía, pero suelen ser fáciles de conseguir. Pregunta por el costo diario directamente en establecimientos como Farmacia Líder o Farmacia San José. El precio es moderado y se gestiona en el momento.

Recorre pasarelas suspendidas, sintiendo el estruendo creciente del agua al acercarte a cada salto. Experimenta la inmersión total bajo cascadas, donde la fuerza del caudal te empapa por completo. Asómate al abismo de la Garganta del Diablo, un espectáculo ensordecedor de vapor y arcoíris perpetuos. Percibe la vibrante biodiversidad, con tucanes cruzando el dosel y coatíes curiosos entre la vegetación.

¡Amigos viajeros, prepárense para una aventura que les cambiará la perspectiva!

El primer impacto en Iguazú es sordo, un rugido que no solo escuchas, sino que sientes vibrar en el pecho. Luego, la bruma, una cortina líquida que empapa el aire y refresca la piel, anunciando la inmensidad que se despliega ante tus ojos. La mirada se pierde en el lienzo esmeralda y ocre de la selva circundante, salpicado por el blanco espumoso de miles de cascadas individuales que se precipitan en un abismo verde. El sol, cuando se asoma, pinta arcos iris fugaces que danzan sobre la cortina de agua, transformando el vapor en un prisma viviente que te rodea.

Pero hay un detalle que a menudo se escapa en medio de tanta magnificencia: el aroma peculiar que impregna el aire, especialmente al acercarse a la Garganta del Diablo. No es solo humedad o tierra mojada; es una mezcla casi metálica, un olor a ozono puro, a electricidad natural, tan intenso que casi puedes saborearlo. Es el aliento mismo de la fuerza bruta del agua, una firma olfativa que te ancla en la magnitud del momento, una sensación visceral que pocos notan entre el estruendo visual. Cada pasarela te acerca más a esta sinfonía acuática, donde el estruendo se vuelve una conversación íntima con la naturaleza indomable.

Espero que esta pequeña inmersión los inspire. ¡A viajar se ha dicho!

Los senderos pueden ser resbaladizos por la bruma; usa calzado antideslizante y camina con precaución. No alimentes a la fauna, especialmente a los coatíes, para evitar mordeduras o arañazos. El calor y la humedad exigen hidratación constante y protección solar. Mantén tus pertenencias seguras y nunca te salgas de los caminos señalizados.

Iguazú es excepcional para avistamiento de aves; se observan tucanes, loros y vencejos de cascada. Sus cantos vibrantes llenan el aire en senderos menos concurridos como el Macuco. Este ofrece tranquilidad para avistar tangaras o colibríes al amanecer. La primera hora de la mañana o el atardecer maximizan la actividad aviar.