¡Hola, viajeros curiosos! Prepárense para una inmersión sensorial en un rincón mágico de Arequipa.
Al adentrarse en el Molino de Sabandía, el aire se llena con una sinfonía constante de agua. Escucharías el murmullo incesante del canal que alimenta el molino, un arrullo que se intensifica al acercarte a la gran rueda de madera. Cada giro de su engranaje produce un crujido pausado y un goteo rítmico, una respiración profunda y viva que domina el espacio, acompañada por el sutil raspado de las piedras al moler.
Un aroma terroso y fresco envuelve el ambiente, mezcla de humedad ancestral y el dulzor sutil de la vegetación circundante. Puedes percibir el ligero olor a madera mojada y vieja, impregnada por décadas de trabajo, y un tenue rastro harinoso en el aire, vestigio de granos recién molidos, que se mezcla con la frescura mineral de la piedra volcánica.
Bajo tus pies, las piedras del sendero son irregulares, frescas al tacto, algunas pulidas por el tiempo, otras ásperas y cubiertas de musgo húmedo. Al extender una mano, sentirías la solidez fría del sillar en las paredes, su superficie porosa y rugosa. Cerca del canal, la brisa arrastra una fina llovizna, una caricia húmeda y refrescante en la piel, mientras la madera del molino se siente lisa y desgastada por el constante roce del agua.
Todo en Sabandía tiene un pulso propio. El incesante fluir del agua marca un compás constante, mientras la rueda del molino impone un ritmo lento y ponderado, una cadencia que invita a la calma, a una conexión profunda con el pasado agrícola de la región, un eco de tiempos más sencillos que resuena en cada giro.
¡Un abrazo sensorial desde Arequipa!