Me preguntabas qué se *hace* en Plaka, ¿verdad? No es tanto hacer, es más *sentir*. Imagina que acabas de salir del bullicio de una avenida principal y, de repente, el sonido del tráfico se disuelve en un murmullo más suave, un eco de voces y risas. El aire cambia; ya no huele solo a escape, sino a especias dulces, a café recién hecho y a algo antiguo, como tierra y piedra calentada por el sol. Tus pies notan al instante el cambio: el asfalto da paso a adoquines irregulares, pulidos por siglos de pisadas. Cada paso es un pequeño baile para mantener el equilibrio, una conexión táctil con la historia que hay bajo tus pies. Puedes sentir la brisa cálida que sube de las calles más bajas, trayendo consigo el aroma a jazmín de algún patio escondido. Es como si el tiempo se ralentizara y te envolviera en un abrazo suave y polvoriento.
A medida que te adentras más, el murmullo se convierte en una sinfonía. Escuchas el tintineo de las cucharas en tazas de café griego, el parloteo en multitud de idiomas, el rasgueo lejano de un bouzouki que te envuelve. A tu alrededor, sientes la vibración de la gente que pasa, el roce ocasional de un hombro, la cercanía de otros cuerpos. Si extiendes la mano, podrías tocar la textura rugosa de una pared de piedra centenaria o la superficie lisa y fría de una vasija de cerámica expuesta en una tienda. El sol, si es mediodía, te calienta la piel con una intensidad amable, filtrándose entre los toldos de colores que cubren las calles estrechas. Es un lugar que te invita a no tener prisa, a absorber cada sonido y cada olor como si fuera un regalo.
Cuando el hambre aprieta, Plaka te envuelve con su aroma a comida casera. Puedes seguir el rastro del orégano y el cordero asado hasta encontrar una taberna acogedora. Imagina que te sientas y, al poco, llega un plato de moussaka: la cuchara se hunde en la berenjena suave y tibia, la carne picada con su toque de canela, la bechamel cremosa que se deshace en tu boca. O quizás unas keftedes, crujientes por fuera y jugosas por dentro, con ese sabor a hierbabuena fresca. El vino retsina, si te atreves, tiene un regusto a resina que puede sorprender al principio, pero que refresca el paladar con su peculiar acidez. No es solo la comida, es el ambiente: el sonido de los platos, las risas de los comensales, la sensación de estar en un lugar donde la tradición culinaria es una forma de vida.
Más allá de las calles principales, si te dejas llevar por los callejones que suben hacia la Acrópolis, encontrarás rincones de una paz inesperada. El sonido de la gente se desvanece, y lo que escuchas es el canto de los pájaros o el suave susurro del viento entre los cipreses. Aquí, el aire es más limpio, con un ligero aroma a pino. Puedes sentir la textura áspera de las rocas antiguas que sobresalen de la tierra, o el frescor de la sombra bajo un olivo centenario. Es el lugar perfecto para sentarse en un escalón de piedra, cerrar los ojos y simplemente sentir la quietud, la historia que te rodea. A veces, la piel de gallina no es por frío, sino por la magnitud del tiempo que se respira en esos lugares.
Un par de cosas prácticas, como si te lo estuviera texteando: Plaka es bastante compacto, así que puedes recorrerlo a pie sin problema. Lleva calzado cómodo, los adoquines son preciosos pero traicioneros. Si vas a comprar algo (joyas de plata, cerámicas, productos de oliva), no tengas miedo de regatear un poco, es parte de la experiencia y a veces consigues un mejor precio. Por la noche, es cuando realmente cobra vida con las tabernas y la música, así que si puedes, visítalo tanto de día como de noche para tener una experiencia completa. Y si te ofrecen "souvlaki" por la calle, pruébalo; es una delicia rápida y barata. Los sitios que están un poco más escondidos suelen ser los más auténticos.
Al final del día, cuando te alejas, lo que se queda contigo no son solo las fotos o los recuerdos visuales. Es el eco de la música, el olor persistente del café y las especias en tu ropa, la sensación de los adoquines bajo tus pies que parece que aún los sientes, y el calor del sol griego en tu piel. Plaka es un lugar que se experimenta con todo el cuerpo, un abrazo sensorial que te deja con ganas de volver.
Olya de las callejuelas