¿Qué haces en la Catedral de Nuestra Señora, la Frauenkirche, en Múnich? Pues, más que "hacer", lo que haces es *sentir*. Imagínate que caminas por las calles adoquinadas de Múnich, el aire fresco de la mañana te acaricia la cara y, de repente, entre los edificios, se alzan dos torres gigantescas. No las ves del todo aún, pero sientes su presencia, una mole de piedra que se eleva sobre ti. A medida que te acercas, el sonido de la ciudad se amortigua, como si la propia iglesia respirara, creando su propia burbuja de calma. Puedes sentir la brisa que baja de sus alturas, trayendo consigo el aroma limpio de la piedra antigua. Las sientes inmensas, te hacen sentir pequeño, pero de una forma curiosa, reconfortante. Es un lugar que te abraza antes de que cruces su umbral.
Al empujar las grandes puertas de madera, pesadas y macizas bajo tus manos, el sonido exterior se apaga de golpe. Es como si entraras en otro mundo. El aire cambia, se vuelve más fresco, más denso, y un ligero olor a cera y a humedad de piedra antigua te envuelve. Tus pasos resuenan en el vasto espacio que se abre ante ti, un eco que te acompaña mientras avanzas. Sientes la inmensidad de las naves, el techo tan alto que parece perderse, y el suelo liso y frío bajo tus pies, pulido por siglos de pisadas. No hay prisa aquí; la propia atmósfera te invita a detenerte, a respirar hondo. La entrada es gratuita, así que puedes tomarte todo el tiempo que quieras para empaparte de esa sensación.
Una vez dentro, el aire cambia de nuevo, se vuelve más tranquilo, casi silencioso, salvo por el suave murmullo de algunas voces lejanas que se pierden en la altura. Puedes sentir corrientes de aire fresco que se deslizan por los pilares masivos, y si pasas tu mano por ellos, notarás la textura fría y rugosa de la piedra. El espacio es tan grande que tus propios pasos parecen absorberse, y el eco de una tos o un susurro viaja sorprendentemente lejos. Es un lugar para sentir la historia bajo tus pies y la vastedad sobre tu cabeza, un espacio que te invita a la introspección sin forzarla.
Busca un punto en el suelo, cerca de la entrada principal, donde la piedra se siente diferente, más fría y quizá un poco más pulida que el resto. Es la famosa "huella del diablo". Si te paras justo ahí, notarás algo curioso: desde ese punto, no puedes "ver" las ventanas de la iglesia, aunque sabes que están ahí. Es un juego de perspectiva, una pequeña travesura arquitectónica que te invita a sentir la ilusión. Pasa tu pie por la huella, siente su contorno suave en el suelo. Es un detalle divertido y un poco misterioso, que te conecta con las leyendas del lugar.
Si te dejas llevar por los laterales, descubrirás capillas más pequeñas y silenciosas. Aquí, el aire es aún más íntimo, y el olor a cera de vela es más fuerte. Puedes sentir la madera lisa y desgastada de los bancos, que invitan a sentarse y simplemente estar. A veces, oirás el suave crepitar de una vela encendiéndose o el susurro de una oración. Puedes pasar tus dedos por los bordes de los altares o tocar las bases de las estatuas, sintiendo el frío de la piedra o la suavidad del mármol. Son rincones de paz donde el tiempo parece detenerse por completo.
Ahora, ¿quieres ver Múnich desde arriba? La Frauenkirche tiene una torre a la que puedes subir. El acceso es por un ascensor, lo cual es muy práctico. Hay una pequeña tarifa para subir, pero vale la pena. Sientes cómo el ascensor te eleva suavemente, el leve zumbido mecánico y la presión en tus oídos a medida que ganas altura. Una vez arriba, el viento te golpea la cara. Puedes escuchar el bullicio lejano de la ciudad, el claxon de un coche, el murmullo de las conversaciones, todo atenuado y distante. Es una sensación de libertad y de perspectiva increíble, donde la ciudad se extiende bajo ti como un mapa táctil.
Al salir, la ciudad te envuelve de nuevo con sus sonidos y su ritmo, pero llevas contigo una sensación de calma que es difícil de describir. La iglesia es un oasis en el centro de Múnich. Si quieres evitar las multitudes, te recomiendo ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde. Y si el tiempo acompaña, puedes dar un paseo por las calles de alrededor, que tienen tiendas y cafeterías donde puedes sentarte y sentir el pulso de la ciudad.
Léa la viajera