¿Te has preguntado alguna vez qué se siente al dejar el rugido de la ciudad para sumergirte en un silencio verde que lo abarca todo? Imagínate que dejas atrás el bullicio incesante de Bangkok, el claxon de los tuk-tuks, el olor a especias y escape. Poco a poco, el asfalto da paso a una carretera más tranquila, y el aire, antes denso, se vuelve más ligero, más fresco. Sientes cómo la tensión se va disipando de tus hombros mientras el paisaje se tiñe de un verde cada vez más profundo. Te adentras en la provincia de Nakhon Ratchasima, y el mundo exterior empieza a desdibujarse. Esta es la antesala de Khao Yai, un parque nacional que no se ve, se *siente*.
Una vez dentro del parque, la transformación es total. Escucha. El coro de la ciudad se apaga y, en su lugar, te envuelve una sinfonía de la selva. El zumbido constante de los insectos, el gorjeo de pájaros que nunca antes habías oído, el susurro del viento entre las hojas gigantes de los árboles. El aire cambia, se vuelve más fresco y húmedo, con ese olor inconfundible a tierra mojada, a hojas en descomposición y a la vida misma. Sientes la humedad en tu piel, una calidez suave que te invita a respirar hondo. A cada paso, el sendero bajo tus pies puede ser de tierra blanda o de raíces expuestas, recordándote que estás en un lugar donde la naturaleza manda.
Y luego, los encuentros. Imagina que caminas por un sendero sombrío, y de repente, un crujido distante te detiene. No es viento. Escuchas el roce de algo grande moviéndose entre la maleza espesa. El corazón te late un poco más rápido. Puede que el aire se cargue con un olor a tierra y a hierba fresca. Si tienes suerte, el sonido se acerca, y la tierra bajo tus pies podría vibrar levemente. Es un elefante salvaje, o quizás un gibón, cuyo llamado resuena en la distancia, una melodía que te eriza la piel y te conecta con algo primitivo. No lo ves con los ojos, lo sientes con cada fibra de tu ser: la magnitud de la vida salvaje a tu alrededor.
No puedes irte sin sentir la fuerza del agua. Te acercas a una cascada como Haew Narok, y el sonido del agua se hace una presencia constante, un rugido suave que te envuelve, luego se intensifica hasta ser un estruendo. El aire se enfría, y sientes una fina niebla en tu rostro, en tus brazos, refrescándote al instante. Las rocas bajo tus pies pueden estar húmedas y resbaladizas, cubiertas de musgo, y el olor a humedad y a mineral se hace más fuerte. Es una fuerza bruta y hermosa que cae sin cesar, y puedes sentir la vibración en el suelo, en tu pecho. Te quedas allí, empapándote no solo de la niebla, sino de la pura energía del lugar.
Para moverte por Khao Yai, olvídate de caminar distancias largas entre puntos de interés. El parque es inmenso. Necesitarás ruedas: un coche alquilado es lo ideal para tener libertad, o contratar un taxi para el día si vienes desde Bangkok. También hay servicio de alquiler de motos dentro del parque, pero la carretera principal es ancha y rápida, así que ten precaución. Lleva siempre agua, repelente de insectos (fundamental), y calzado cómodo y antideslizante para los senderos. Las temperaturas pueden bajar por la noche, incluso en la temporada seca, así que un suéter ligero no está de más.
En cuanto a la comida y el alojamiento, dentro del parque hay algunas cantinas sencillas con comida tailandesa básica, perfecta para un almuerzo rápido. Si buscas más variedad o algo más cómodo para pasar la noche, los pueblos cercanos como Pak Chong o el área directamente fuera de las entradas del parque ofrecen desde hoteles boutique hasta resorts más grandes, con restaurantes y cafeterías para todos los gustos. Es buena idea reservar con antelación, especialmente en temporada alta o fines de semana, ya que es un destino popular para los locales.
Después de un día en Khao Yai, al regresar, el bullicio de Bangkok no te parecerá tan abrumador. Llevarás contigo el eco de los gibones, la sensación de la niebla de la cascada en tu piel y el olor a selva en tu ropa. No es solo un lugar que visitaste, es una experiencia que te caló hondo, un recordatorio de lo poderosa y revitalizante que puede ser la naturaleza cuando te permites sentirla.
Léa desde el camino.